México


Después de que a finales de agosto y principios de septiembre de 2009, hubiésemos hecho un viaje a "nuestro aire". Primero por Holanda y después por Bélgica, país en el que visitamos a nuestro gran y queridísimo amigo Aloise, quien nos mostró de la mejor manera posible, como solo un paisano ve su país, las principales ciudades del mismo, decidimos con los días que nos quedaban de vacaciones, darnos un respiro e irnos de playa a la costa de Riviera Maya, gracias a una buena oferta de nueve días, que conseguimos para mediados de noviembre de ese mismo año.

Lo que en principio era un viaje de lujo, en un "hotelazo", con régimen de "Todo Incluido", resultó ser algo más. No solo una agradable estancia en una de las magníficas playas del Caribe y la gran variedad de manjares locales, que nos pusieron como auténticas "focas". Sino que gracias a las excursiones que pudimos acordar allí mismo, vivimos una maravillosa experiencia. Tanto culturalmente por un lado, como por la posibilidad de sentir y ver desde dentro una pequeña porción selvática con fabulosos manglares y la maravillosa fauna local, hicieron de esta visita, un viaje de ensueño.

Nos gustó tanto, que para el año siguiente programamos un viaje "de mochila" por todo lo que pudiésemos recorrer por el resto del país, pero un último giro en nuestra vida, hizo que acabásemos con nuestros huesos en China. El reto mexicano, aunque aplazado, sigue en pié para más adelante, seguro.

Todavía tengo en la mente la noche en la que llegamos. Cansados de las casi tres horas de avión desde Tenerife hasta Madrid, con las horas de espera en los aeropuertos, de las nueve hasta Cancún, las más de dos de traslado al hotel...en fin, que llegamos tan hechos polvo, y con tanta hambre...pero con los restaurantes ya cerrados por lo tarde que era, que nos tiramos a la playa, a por el "chiringuito" a comer lo que fuera...¡los Nachos y las Fajitas más exquisitas que he comido nunca! Así empezamos con la comida y por ello acabamos como acabamos, más gordos que nunca en nuestras vidas.
Saciado el Hambre, nos dimos cuenta de que el entorno prometía...una playa espectacular aunque fuera de noche...y al día siguiente, cumplió todas nuestras espectativas y más, y el hotel, integrado en la jungla de manglares en perfecta armonía con la naturaleza, con espacios llenos de orquídeas, con animales exóticos en cada rincón,
con charcas con cocodrilos, con peces tipo cíclido americano en cada estanquilla (ver mi blog de peces)...y la deliciosa comida... y las gigantescas piscinas, y el clima...IMPRESIONANTE.

Bueno, el primer día nos pusimos "morados" entre comer y beber. Nos recorrimos parte del hotel, que tenía unos cuantos kilómetros que caminar, igual que la playa. Nos quedamos "boquiabiertos" con ella. A unos metros de la orilla, tenía un arrecife. Lleno de peces marinos que solo había visto hasta entonces en acuarios. Y lo más, un grupo de pelícanos, se zambullía "en picado", a solo unos metros de nosotros, en busca de presas. Como si estuviésemos dentro de un documental, ¡quedamos flipados!



Nos dimos un Spá, como señoritos, en las espectaculares instalaciones que tenía el hotel, como todo, entre la jungla.
Acabamos el día dándonos una cena de "campeones" en uno de los mega-restaurantes temáticos y nos fuimos a dormir, que para mañana, habíamos comprado una excursión que no olvidaremos nunca.

Chitchen Itzá.

Sin duda, la pirámide de Chitchen Itzá y el entorno donde se haya, es una de las maravillas del mundo que hay que ver alguna vez en la vida.

En nuestra breve y efímera aproximacíón a la cultura Maya, quedamos maravillados. Es para quitarse el sombrero, esa cultura está viva, hay poblados auténticos, con el habla original aún en uso...Conste que soy un apasionado del legado Guanche que quedó y del que tanto presumimos en mi archipiélago, pero al lado de esto...esto son palabras mayores. Solo puede ser comparable a lo que dejaron en Egipto. Comparable y curioso al mismo tiempo. Dos culturas, que nadan sabían la una de la otra, separada por océanos, mares de distancia y de tiempo, tuviesen tantos puntos en común, como la adoración al sol y la observación del cielo y de las estrellas...
 

En este gran espacio recuperado de la selva, no solo está la pirámide. También se puede ver dando un pequeño paseo, un templo concebido para observar a Venus, una plataforma donde colocaban los cráneos decapitados en su juego de pelota, y obviamente, el Estadio. El espacio de las "mil columnas", que por lo visto lo utilizaban como mercadillo.

Algún dato anecdótico y curioso que nos enseñaron los guías locales, como por ejemplo, como todos los edificios eran construidos con una "cara" protectora en la puerta, que mira a sol. O que la acústica del lugar, la tenían estudiada, para que el eco se repitiera siete veces, en todo el recinto. En la pirámide, este eco, imitaba el sonido de un ave.


El tema de la pirámide, necesita mención a parte, ya que está diseñada de tal forma, que dos veces al año, se alinea con el sol de tal manera, que por su escalera, las sombras imitan el descenso de una serpiente emplumada, KuKulcán.

Como de costumbre, culpa de los turistas, pues una norteamericana incauta, de unos setenta años cayó dentro de la pirámide y murió, habían prohibido hace poco subir a ella, y se nos chafó la espectacular vista que, por lo que cuentan, hay desde lo alto. Hay que señalar que practicamente toda la península del Yucatán es una enorme planicie, y que con solo situarte a unas decenas de metros se puede observar mucha distancia.


Sobre el juego de pelota tan famoso de los Aztecas, me llamó mucho la atención el detalle de que era al capitán del equipo ganador, al que le cortaban la cabeza. Según explicaciones del guía, para ellos, según sus creencias, era un privilegio...y según él, es por eso que México no gana mundiales de fútbol...

Cuando terminamos la visita, nos fuimos a un precioso cenote, donde nos bañamos en sus negras y frías aguas.
Fue una delicia, a la par que extraño. Nosotros estamos acostumbrados a bañarnos y nadar en el océano Atlántico, donde el agua salada es más cálida, transparente y con mejor flotabilidad. Por lo visto, este cenote, tenía una profundidad de más de cien metros, por eso el agua era tan oscura, y era muy curiosa la diferente manera en la que flotábamos, costaba un poco, pero para nadadores expertos como dos isleños, tampoco fue como para tener miedo.

Desde el agua, la vista hacia el "ojo" del cenote, era espectacular. La manera en la que caían las plantas enredaderas y difuminaban la luz, proporcionándonos un paradisiaco paisaje.
La excursión de ese día terminó con otro abundante almuerzo en un restaurante típico en el que degustamos especialidades locales y nos hicieron unos bailitos típicos.




El cachondeo en el restaurante fue de padre y señor mio, cuando el guía nos recomendó con su simpática entonación, que probáramos sopa de iguana, << ahhh, la sabroosaa sopa de iguana güey >>.
Nosotros, valientes, preguntamos a uno de los jóvenes que servían, él contestó sin inmutarse, con su genial acento mexicano: << al güey de más alante señor>>, le preguntamos al siguiente, que igual de serio que el anterior, nos dijo: << pos un poco más alante no más señor>>, hasta que cuando le preguntamos al tercero, nos oyó el guía, que llevándose las manos a la cabeza, gritó a todos: <<NOOOO, no pidan sopa de iguanaaaa, ¡¡¡no comemos iguana carayyy!!! >>.


¡Qué bueno! ¡Como nos pillaron! ¡y como avergonzamos al guía por enteraditos! Un buen rato, sí señor.

Ya avanzada la tarde, nos devolvieron a nuestro hotelazo, donde paseamos, comimos y bebimos hasta reventar. Inflados como dos botijos, nos fuimos a la cama, pues para el día siguiente teníamos apalabrada otra excursión fabulosa.

Tulum y Xel-Há.

Como todos los días allí, nos levantamos tempranísimo y sobre las 6:00 am, nos estábamos bañando en las cálidas aguas del "playón" que teníamos en el hotel. Desayuno a lo bestia y sobre las 8:30, ya íbamos en autobús hacia nuestro destino, Tulum.
Tulum, son las ruínas de una ciudad amurallada de la época maya postclásica, los Toltecas, situadas en un entorno de playas paradisíacas.
Quedan pocos edificios de esa época, el más emblemático, El Castillo, que servía de referente para los navegantes indígenas que surcaban el arrecife. Sí se puede observar construcciones derruidas y amontonamientos de pedruscos, que delatan la distribución de las viviendas y templos dentro de la ciudad.

La nota curiosa, el minúsculo tamaño de las puertas, lo que da una idea de la escasa estatura de aquellas gentes.
Después de unas horitas de paseo bajo un intenso sol por la ciudad, acompañado de los cientos de turistas y de las muchísimas iguanas locales, nos dimos un rápido pero refrescante chapuzón, en una de las playas más bonitas que recordamos.
 


Encaminamos nuestros pasos hacia el otro punto de interés turístico del día, Xel-Há.

Xel-Há, que en idioma maya significa entrada de agua, es una gran caleta en la desembocadura de un río. Este emplazamiento protegido donde se mezclan agua dulce con la del mar Caribe, hacen un lugar idóneo para la convivencia de muchísimas especies de peces tanto marinos como dulces. Es por eso que los mexicanos dicen que es un acuario natural gigante, y no les falta razón.
Un lado de la caleta, está acondicionado con tiendas y restaurantes para los turistas, y el otro tiene un sendero que recorre una selva de manglares llena de cenotes, que hacen que pasearlo sea un auténtico disfrute. Pero el plato fuerte, y fue lo que hicimos casi todo la tarde, fue "snorquelear".

Provistos de unas gafas y un tubo, unas aletas y un obligatorio chaleco salvavidas (para que los turistas no puedan sumergirse y romper el coral), estuvimos horas y horas persiguiendo peces de innumerables colores y tamaños. Los peces loro, (las viejas, como les llamamos en Canarias) eran enormes, del tamaño de un perro, igual que las manta-rayas.
Menudo susto nos dio un pelicano, que mientras observábamos un banco de peces, se tiró en picado y pescó uno delante de nuestras caras. Nos quedamos asombrados con la boca abierta, sonriéndonos ¡Qué pasada!
Acabamos el "snorquel", debajo de una pasarela de madera que une las dos orillas, porque su sombra sirve de refugio a cientos de peces y mantarayas, A esa hora, estábamos arrugados como pasas debido a el tiempo que estuvimos sumergidos en el agua. Así que salimos, nos secamos y corrimos más que caminamos, por el sendero del otro lado de la caleta. Un paseo de una horita y media más o menos, pues estaba anocheciendo y teníamos que volver al hotel. Pero nos dio tiempo a saborearlo y disfrutar de una bonita visión de la jungla.
En el hotel, más de lo mismo, comer y engordar como cerdos, ¡Qué bueno estaba todo, por dios!
El día siguiente, lo pasamos entero en el hotel, y es que habiendo pagado un Todo Incluido, muy poco lo estábamos disfrutando. O sea que, la tónica de esa jornada, fue de relax.

Aún así, quedamos maravillados en el arrecife de la playa, que estaba casi tan lleno de peces como Xel-Há. Paseos interminables por los senderos del gigantesco hotel, con mucha e inesperada fauna, baños en sus espectaculares piscinas y comidas y bebidas como para parar un tren.

Sian ka´an.  

Después de la jornada de tranquilidad de ayer, la excursión que tocó para este día, personalmente, no hay palabras para describirla. Vivimos una jornada de las más emocionantes y bonitas de nuestras vidas.
Para empezar, nos vinieron a buscar con un camión 4x4 (como unos buenos guiris), en el que nos adentramos por carreteras de tierra que atravesaron por unas horas la selva.




La primera parada, en el cauce de un río, para mí fue especialmente emotiva. Los que me conocen, ya saben mi pasión y afición por los acuarios y los peces sudamericanos. Ver esas aguas teñidas color té por los manglares, rebosantes de peces en sus orillas (algún que otro cocodrilo), fue increíble.


Llegamos a un pueblito de pescadores, llamado Punta Allen, donde montamos en una lancha rápida capitaneada por un local e hicimos un tour inolvidable.

Por el camino, nos tropezamos con alguna tortuga marina y un grupo de delfines, hasta que arribamos a un punto en el que no sabíamos si estábamos en el mundo real o dentro de un documental de naturaleza.

En medio de la jungla de manglares, anidaban y criaban miles de aves, fragatas, cormoranes, pelícanos. Los sonidos y gritos de los animales, no se nos olvidarán en la vida.
No hay fotografía que haga justicia a la belleza de lo que vimos precisamente porque carecen de esos sonidos.








Fue realmente, uno de los momentos del viaje.




Después, nos fuimos a una parte donde pudimos "snorquelear" con un equipo que nos prestaron los barqueros, entre coral blando. Fabuloso, pero como suele decir el dicho, si el día es maravilloso, siempre viene alguien y lo fastidia.
El punto negativo de la jornada, lo proporcionó una señora que por muy médico que diga que fuera, nos hizo sentir vergüenza ajena de los españoles, a todos los del grupo.
Por lo que se notaba a la legua, ella no nadaba muy bien. Ya habían avisado que cuidáramos el equipo proporcionado, porque era alquilado por los barqueros y si lo perdíamos o lo rompíamos, nos lo iban a cobrar. Desde que se tiró al agua, se empezó a poner nerviosa y se apuró. Al principio Mari y yo la ayudamos en lo que pudimos, pero como vimos que el marido, pasó de ella y se fue a su rollo, nosotros dos nos pusimos de acuerdo y nos fuimos también. ¡La que les montó la señora tanto al guía como a los barqueros! Gritos, amenazándolos con reclamaciones, desprecios...y eso que no le cobraron la aleta que perdió y que le pidieron disculpas. Al principio el marido, no estaba de su lado, pero como se ve que tenía que dormir al lado de ella, por no aguantarla, se puso en el mismo plan con ellos.
Por la noche, ya en el hotel, yo hablé con el matrimonio para que reflexionaran, ya que no tenían razón, y que una reclamación allí, seguro que no es como en España, que igual podían perjudicar a alguien en su trabajo. Pero ellos siguieron intransigiendo, alegando ahora, que el tubo de snorquelear no era nuevo sino usado y que ya habían cursado reclamación...bueno, en ese plan, me desmarqué de ellos, y cuando vi a uno de los guías, les pedí la reclamación de ellos para escribir yo y desmentirlos, explicando las cosas como realmente fueron. Así lo hice, y si de casualidad alguno de ellos lee esto alguna vez, les invito a que piensen que así no se puede ir por la vida. Hay que ser comprensivo, tolerante y entender que fueron unos afortunados por convivir con unos humildes pescadores locales, que les mostraron la única riqueza que tienen, el paisaje en el que nacieron. No se merecen que los perjudiquen por algo que salió mal sin querer.
Bueno, habiéndome extendido quizás demasiado con un asunto que no merece la pena ni recordarlo, prosigamos con la experiencia.
Después de una excursión en lancha inolvidable salvo ese insignificante pasaje, retornamos al pueblo a comer, dónde a parte de la comida incluida en la excursión, nos ofrecieron langosta recién pescada,¡por unos míseros 15€! Ya comidos, dimos un breve paseo por la mágica playa de aquel pueblo de cuento. Mari regateó un collar con una chica argentina que vendía su artesanía. La chica, que nos la encontramos por el camino, nos dio una lección de vida, al confesarnos que había tenido un buen trabajo en Buenos Aires, pero que prefirió cambiarlo todo, para vivir allí, haciendo collares.
Comenzamos la ruta de regreso en nuestro camión 4x4.

A mitad de camino, paramos junto a la orilla del mar, a contemplar uno de las mejores puestas de sol que hemos vivido. El rojo del cielo, mientras el sol se sumergió en el océano fue impactante.

Eso sí, según desapareció el sol, tuvimos que salir huyendo del lugar pues al mismo tiempo que éste desaparecía, se levantaba una nube de mosquitos que se lanzaron a por nosotros...


Bueno, a la llegada al hotel, ya lo imaginaréis. Después de la ducha, exquisita comida y bebida hasta la extenuación.

Xcaret.

La última excursión que hicimos en tierras mexicanas, la dedicamos al temático parque ecológico de Xcaret.

En maya, significa pequeña caleta, y para ellos, éste enclave fue un importante puerto al que llamaban Polé.








El sitio es genial, han integrado en un espacio natural precioso, un importante criadero de tortugas marinas y pardelas entre otras especies animales.


Se puede hacer prácticamente de todo, snorquelear, nadar bajo los cenotes, contemplar los animales y disfrutar de los espectáculos que ofrecen tanto de sus culturas indígenas como de la post hispánica, con la "charrería" y su folclore.



En la entrada, tienen varias incubadoras con polluelos de pardelas, muy bonito, pero dentro, en la parte donde crían y hacen crecer a las tortugas, es espectacular.
Su acuario es sensacional, con infinidad de especies de peces autóctonos y corales. Entre los animales más pintorescos que pudimos divisar, podemos contar a los delfines, con los que puedes nadar pagando un pastón, tiburones, un manatí, monos araña, cocodrilos, un jaguar, un enorme tapir, las gigantescas tortugas...y fuera del espectáculo pero presentes en todas partes, las iguanas.

Tenemos la anécdota simpática del día con una de ellas. Era enorme y yo estaba persiguiéndola para fotografiarla. Un señor se fija en lo que estoy haciendo, y le dice a su hijo en su genial entonación mexicana:



<< Carlitos, fíjate en el tamaño de esa iguana...>>







<¡CHOOOSSS! ESO NO ES UNA IGUANAAA... >> responde el niño, << ¡ES UNA IGUANOTOTOTAAA! >> ¡Qué risas!







El Brochazo de oro a nuestra visita en este parque, nos lo dieron con un precioso show.


La primera parte del programa, fue una representación maya, con un juego de la pelota. Muy entretenido.


Y la segunda, lo mejor, una preciosa ración de canciones y música ranchera típica, de las diferentes regiones y provincias del país.

Decir, que el enorme recinto, estaba lleno de turistas mexicanos, que nos pusieron los pelos de punta y nos emocionaron a punto de saltársenos las lágrimas durante dos horas, cuando vitoreaban y recitaban junto a los cantantes las canciones populares. ¡PRECIOSO!


El último día, nos regresábamos a España por la noche, lo que pudimos aprovechar para terminar de engordarnos lo suficiente para varios inviernos, y a disfrutar de la piscina y de la playa del hotel.

México y su concienciada gente, tanto con el turismo como con la conservación de su entorno, los llevaremos siempre en el corazón.

Todavía recuerdo una conversación con un chófer de una Van, en la que nos preguntaba si nos había gustado su país. Al darle nuestro más sincero reconocimiento, nos pedía por favor, que al llegar a casa, lo recomendásemos, ya que ellos son conscientes de que viven del turismo y lo cuidan. Las comparaciones son odiosas, pero yo he visto situaciones con los turistas aquí, que dan mucho que pensar.

En definitiva, que buscábamos una cosa, pero encontramos eso, y más, y mejor.

Así que para ser honestos y cumplir con la misión de aquel señor chófer, recomendado queda.



¡Viva México, lindo y querido!