Madeira

Esta preciosa isla del Océano Atlántico, ubicada a unos 400 kilómetros de distancia de Tenerife, pertenece al Reino de Portugal. Junto con la isla de Porto Santo, las tres Islas Desertas y las Islas Salvajes forman el archipiélago de la Região Autónoma de Madeira.
Colectivamente, es uno de los cinco archipiélagos que conforman el conjunto de las islas de la Macaronesia. Las Canarias, Las Azores, Las de Cabo Verde, y las propias Salvajes, que junto con algunas zonas de África comprendidas entre la costa del Sáhara Occidental y el Río Gambia (llamada enclave macaronésico africano), comparten algunos aspectos naturales, tanto zoológicos, botánicos (bosques de laurisilva), geológicos y hasta climatológicos.
Matorral, fayal y brezal, en Madeira

Todo ésto me recuerda el dar un "toque de atención" a los isleños canarios, a quienes nos han educado haciéndonos creer que tanto nosotros como nuestro archipiélago somos únicos en el mundo y eso no es del todo cierto.
La semejanza de esta isla con las nuestras, tanto en aspectos ya mentados, como en otros intangibles como podrían ser por ejemplo, la paridad de la belleza de sus paisajes, tan próximos a los nuestros que llegan a confundirnos, o las "maneras" de sus paisanos, que a pesar de hablar otro idioma, hacen que te sientas como si estuviésemos en casa.
Es exactamente la misma sensación que cuando por ejemplo, un tinerfeño se traslada a otra isla canaria, ya sea Gran Canaria, La Palma, Gomera, Lanzarote, Fuerteventura, El Hierro, o en el islote de La Graciosa y hasta en el de Lobos. Sabes que no estas en tu isla, pero la sientes como tuya, como si solo hubieses cambiado de pueblo sin salir de ella. En Madeira, es igual.

Para trasladarse allí, los canarios tenemos casi las mismas opciones que para movernos entre las Canarias. O bien en Binter, que a día de hoy tiene un vuelo semanal o bien en la Naviera Armas, que los veranos suele poner una línea que hace el recorrido Tenerife-Las Palmas-Funchal-Lisboa. Es un viajito en barco un poco pesado, pero es exactamente igual a como nos movíamos hace unos años de Tenerife a La Palma o se sigue haciendo de Tenerife a Fuerteventura o a Lanzarote. Una travesía nocturna, en la que los viajeros que han comprado butaca, se buscan la vida para dormir en cualquier rincón del barco. Suena romántico y así lo vives cuando eres más joven, pero con la treintena pasada de largo, es una verdadera paliza.
En esa forma de transporte, fue como decidimos ir a conocer Madeira. Salíamos sobre las 19:00 horas de Santa Cruz hacia Las Palmas y sobre las 23:30 pondríamos rumbo a Funchal. Unas semanas atrás, familia nuestra había realizado el mismo viaje y habían tenido la suerte de que por la noche amenizaron la travesía con una orquesta, la compañía montaba una pequeña fiesta en el barco, pero cuando viajamos nosotros, se ve que ya se daba por terminada la temporada alta y no hicieron nada, así que nuestro viaje fue bastante tedioso.



Llegamos sobre las 9:00 a Funchal después de observar desde el barco la imponente silueta de la isla, ya que a pesar de que no es una isla mucho más alta que las nuestras, ni tiene ninguna montaña que sobresalga del resto de su figura, como nuestro Teide, sí que tiene algo singular. Es una isla que se eleva espectacularmente vertical desde sus orillas.


Sobre la marcha desembarcamos y tras un breve paseo a pié por una ciudad que nos recordaba, por lo menos a nosotros, a Santa Cruz de La Palma, llegamos al Rent a Car al que le habíamos alquilado un cochito para ver la isla del mismo modo que lo hacemos en las nuestras, paseando a nuestro ritmo.

Localizamos el hotelito en Funchal que elegimos desde nuestra casa como punto de partida, allí mismo, en Funchal, dejamos nuestras cosas en la habitación y salimos en busca de nuestra primera parada, Cabo Girao.
Este espectacular mirador, esta situado en el segundo acantilado más alto del mundo con 589 metros de altura, y desde él se pueden observar unas fabulosas panorámicas. Al pie del precipicio, hay una pequeña zona de cultivo, llamada por los lugareños Fajãs do Cabo Girão, a la que hasta hace muy poco solo se podía acceder por mar.

La vista panorámica que desde aquí se nos ofrece, mirando en dirección Funchal, es sobrecogedora. Mirando la fotografía de la izquierda, hay un momento en el que no estamos seguros de si realmente es una vista hacia norte de Tenerife, justo como la veríamos nosotros desde la autopista del norte, a la altura de la Matanza de Acentejo, en dirección al Puerto de la Cruz.
Un parecido razonable, que como veremos a continuación, no es el único.



En esa primera toma de contacto con la isla, vimos algunos de los pueblos costeros, como por ejemplo, Riveira Brava, sorprendiéndonos a cada instante con el enorme parecido, como si fueran islas hermanas, con las nuestras, en cuanto a vegetación, paisajes, construcciones, formas de las casas, etc...
La costa suroeste de la isla está llena de estos pequeños pueblitos de pescadores, a los que se acceden por unas serpenteantes carreteras que avanzan entre modernos y eficaces túneles que hacen posible evitar las constantes cascadas de agua que caen en picado hasta el mar.


En algún lugar del camino, creo recordar que pasado Punta do Sol, torcimos hacia las montañas, en busca de la costa contraria, previo paso por los restaurantes de monte, para degustar alguna de las especialidades locales.
Según ascendimos, empezamos a sentir nuevamente la sensación de lo conocido, ya que el clima, igual que aquí, se puso fresco y húmedo. La bruma se espesaba según íbamos ascendiendo por la carretera que discurre por un bosque de laurisilva que trae como recuerdo, el de la isla de la Gomera.

En São Vicente, encontramos unos restaurantes, al estilo "guachinche" canario. Paramos en ellos y comprobamos que los problemas de la comunicación aquí eran más evidentes que en Funchal por ejemplo, donde el acento portugués es más suave y entendible que el de la montaña. Un paralelísmo con nuestros acentos. Muchas veces puede pasar que a un lagunero o a un santacrucero, le pueda costar entender a una persona de los Altos de Ravelo, por dar un ejemplo. Pues aquí, más a nosotros que ni siquiera hablamos su idioma. Por suerte, el simpático dueño de uno de los restaurantes, había trabajado en sudamérica y hablaba algo de español y nos pudo aconsejar. Probamos ese día, el "peixe espada", que nada tiene que ver con el pez espada, es más bien un pez parecido al tapaculo canario (Bothus podas), y el "prego non prato", un enorme bocadillo de pan de pueblo, lleno de carne y vegetales, que está buenísimo. El vino del pueblo de São Vicente, tiene un toque muy parecido a los caldos de Taganana, en el noroeste de Tenerife. De un tono rosáceo por la variedad de la uva empleada ya que la zona donde se cultiva la viña es costera. Es un buen vino del país.
Otra semejanza con nuestra cultura gastronómica. El buen gusto por la carne, el pescado fresco y el vino.
Vista del pueblo costero Seixal
Desde São Vicente, siguiendo la misma carretera, empezamos a descender hacia el lado noroeste de la isla.
Al llegar a la costa, dirigiéndonos a la izquierda, dirección Porto Moniz, la punta más al noreste de Madeira, nos tropezamos con unas vistas imponentes desde la carretera al mar.






De camino, pasaremos por el bellísimo pueblo de Seixal. Puede que suene ya muy repetitivo, pero una vez más, la similitud con los pueblos costeros canarios es más que evidente.



Continuando nuestro camino, por fin arribaremos a la punta de la isla, Porto Moniz. Un enclave algo más turístico, con piscinas volcánicas "naturales", una vez más, muy parecidas a las tantas que hay en Canarias.
Un sitio bonito, agradable, y relajante para pasear o darse un chapuzón, donde, sus piscinas naturales y su gran roque a escasos metros de la roca, nos evocan recuerdos de Garachico, situado en un punto similar de la costa noreste de Tenerife, o incluso, a alguno de los charcos de la isla de La Palma.

Calle Principal de Cámara de Lobos


Volviendo a la costa suroeste, cerca de Funchal está la villa de pescadores, porque es tan pequeña que no llega al estatus de pueblo, de Cámara de Lobos, llamada así por las focas monje que moraban en este lugar, cuando se descubrió la isla.












Cámara de Lobos, tiene el encanto especial de los pueblitos isleños de pescadores, y es famosa por su vida nocturna.
Es un lugar ideal para pasar una tarde sentado tomando cualquier cosa, y dejar pasar el tiempo.
En otra expedición a la isla que hicimos, comenzamos como siempre, desde la ciudad capitalina Funchal, subiendo por la carretera que va hacia el Parque Ecológico de Madeira, en busca de las afamadas vistas que ofrece este entorno.
Pero mala suerte. El clima no nos permitió ver nada de nada. Así como en Funchal, estuvimos disfrutando de unos días soleados, en la montaña, hoy teníamos uno de esos días en los que la bruma típica de nuestros bosques de laurisilva lo oculta todo.
No pasa nada. ¿Esos días de climatología fresquita de la cumbre para que se pueden usar? Pues para lo que apetece mayormente a las personas de costumbres isleñas. Degustar alguna especialidad local calentita en alguno de los restaurantes tipo "guachinche" canario que encontrábamos por la carretera y algún "caldo" que lo acompañe.


Así fue como descubrimos la Poncha, una bebida típica hecha a base de zumo de frutas y aguardiente. He leído por algún lugar que se parece al Ron-miel canario. Yo discrepo un poco, a mi no se me pareció ni en el sabor ni en textura, ya que ésta es mucho más líquida y parecía que tenía mayor graduación alcohólica, pero yo no soy un entendido.





Continuando por la misma carretera, llegaremos a Ribeiro Frio, un lugar clave para muchos senderistas que inician aquí sus excursiones al interior, siguiendo los caminos por los que discurren lo que aquí llaman Levadas.

Las Levadas son algo así como nuestras atarjeas. Construcciones hechas por el hombre para hacer que llegue el agua de un lugar a otro, salvando así los accidentes geográficos de las zonas montañosas. 


Ribeiro Frio, o Río Frío trasladado al español, ciertamente es un sitio con un clima muy húmedo y frío, y a parte de el familar entorno vegetal para los canarios, tiene una sorpresa más para nosotros.
Un criadero de truchas idéntico al nuestro que tenemos subiendo hacia el Teide desde la Orotava, justo llegando a la zona recreativa de la Caldera.

Es un enclave muy bonito, donde si quieres, hay un restaurante que te preparan las truchas, si es que deseas comerlas.
Continuando por esa misma carretera, al llegar a la costa, antes de dirigirnos a nuestro principal destino del día, hicimos un pequeño desvío hacia el lado opuesto para ir a curiosear el pueblo de Santana, donde nos habían dicho que se encontraban algunas de las pocas casas típicas Madeirenses que quedan hoy en día.

Las que vemos a la izquierda, son dos casitas reformadas y usadas como unas tienditas de souvenirs, pero la que está bajo estas líneas, es una de las varias casas típicas restauradas que podemos ver callejeando el pueblito.







Para llegar a éste poblado, tenemos que ir hacia la parte noroeste de la isla (carr 101), cuando llegamos a la intersección que está al final de la carretera por la que venimos de Ribeiro Frio (carr 108), donde volveremos a encontrarnos con los impresionantes paisajes de acantilados comunes en toda la isla.
Vistas camino de Santana

Esa intersección de carreteras, es donde está situada la parroquia de Faial, uno de los sitios donde podemos apreciar la fabulosa ingeniería en cuanto a carreteras se refiere de la isla. Ya nos gustaría a los canarios que nuestros dirigentes intentaran imitarlas. Es solo un ejemplo de los numerosos puentes y túneles inteligentemente diseminados por toda la isla, salvando de tal manera los accidentes geográficos, que los lugareños muchísimas veces pueden optar desplazarse de un punto a otro haciendo ruta lenta, pasando por diferentes pueblos, o directamente, por autovías que discurren eficazmente por estas obras. 

Parroquia de Faial.


Al lado del puente nuevo, podemos apreciar restos del antiguo. Y bajo este, un famoso Karting munincipal.

Para continuar a nuestra meta de ese día, una vez visitada Santana, hay que deshacer el camino de vuelta a Faial, y continuar por la carretera 101 y continuar en la otra dirección, hacia la otra punta de la isla, la noreste.


De camino, hicimos una breve parada en un pequeño pueblo costero que nos tropezamos, para curiosearlo, pues a nosotros, tinerfeños como somos, nos llamó mucho la atención su nombre: Porto Da Cruz.



Situado prácticamente en la misma ubicación geográfica de su isla que Puerto de la Cruz en la nuestra, se trata de un tranquilo y modesto, pero bello pueblo con una playita de arena negra, usada ese día por lo menos, no sabemos si es la norma allí, por surferos atrapaolas. 



Por fin, arrivamos al destino estrella de ese día, fue la majestuosa Punta de San Lorenzo.
Sí, ya se que me repito mucho al recalcar semejanzas de Madeira con Canarias, sobre todo con las islas situadas más al oeste de nuestro archipiélago, pero no nos podréis negar el "cierto aire" que tiene este lugar con algunas de nuestras costas. A mi, personalmente, esa costa desquebrajada y rota por sus roques diseminados a lo largo de ella, me recordó en gran medida a la de Taganana, curiosamente también, situadas ambas en la misma ubicación geográfica de sus respectivas islas.
Extremo de Punta San Lorenzo, islotes al fondo.


La Punta de San Lorenzo es una árida península volcánica de tono rojizo, muy estrecha y de varios kilómetros de largo. Acaba en dos pequeños islotes fragmentados de la misma por la erosión marina, llamados respectivamente Desembarcadouros y Fora, o el del Farol, ya que contiene uno.


 


El "cuello" de tierra que une ésta península con la isla, es muy angosto, con 1,5 kilómetros en su parte más ancha, entre Ponta de GaviotasPonta de Rosto.



Desde este último sitio, resulta curioso ver las dos costas de la isla. La norte, expuesta a los agentes erosionadores, que han modelado espectaculares acantilados verticales, y la sur, algo más protegida y por tanto más redondeada, donde se ha formado alguna playa debido a la acumulación del material erosionado.
Islas Desertas

Agudizando la vista, si hay suerte con la visibilidad, podréis observar también, las tres islas desiertas, llamadas respectivamente Islote de Chão, Deserta Grande y Bugio que estan un poco más alejadas hacia el suroeste.

Dejando este lugar único en el mundo, que no os podéis perder si vais de visita a esta isla, emprendimos camino hacia Funchal, donde nos estábamos alojando, haciendo algunas paradas por la costa contraria a la que habíamos llegado hasta aquí..


La primera allí mismo, en Prainha.
Una pequeña playita de arena negra, producto de los materiales erosionados, a la que se llegaba descendiendo un sendero empedrado bastante empinado que empieza en la misma carretera, donde se puede aparcar el coche.


Segunda parada, en la ciudad de Machico, donde vivimos la parte más turística, quitando Funchal, de la isla.

A pesar de que dicen que es la segunda capital de la isla, lo cierto es que parece una ciudad bastante pequeña, aunque recordamos antes de llegar a la zona de playa, que pasamos por una zona bastante edificada, con algún centro comercial, restaurantes, etc...
La playa es de arena artificial, aunque la zona circundante esta bien preparada y equipada para el turista. Al igual que muchos pueblos de aquí, parece que convive aún una pequeña parte de pescadores locales con lo meramente turístico.

Aeropuerto
Continuando el camino, desde la carretera, es muy llamativa y simpática la visión del aeropuerto. Éste, tiene un tramo que pasa sobre la carretera, sosteniéndose por unos grandes pilares. Muy ingenioso para suplir la falta de territorio físico para una obra de esta embergadura en una isla.
Otra parada, más por curiosidad que por otra cosa, fue en otro pueblo que nos llamó mucho la atención al encontrarnos su nombre por la carretera, Santa Cruz. No vimos nada allí que nos llamara tanto la atención como para mencionarlo. Comentar que hace poco hemos leído por ahí, que ahora han construido en ese lugar un parque acuático.

Una de las cosas que hay que hacer imprescindibles en Madeira, es tomarse un día para hacer una excursión hasta la villa de Curral Das Freiras.
Se sale directamente subiendo desde Funchal, con dirección a Santo Antonio, donde se puede hacer una paradita para disfrutar unas buenas panorámicas, y desde allí, tomar una carretera típica de monte.
Es muy fácil de encontrar, pues el la única que hay con ese destino.

El camino es lento y hay que ser precavido con la carretera, pero es muy entretenido por lo bonito de la misma. A un lado, la vegetación que nos es tan familiar a los canarios, ya que por milésima vez tendremos la sensación de estar subiendo a cualquiera de nuestros montes, y al otro, imponentes vistas de las laderas y barrancos.



En la carretera encontraremos multitud de arrimaderos, donde podemos contemplar los maravillosos desfiladeros, con vistas a las diminutas casas repartidas a lo largo de la ladera contraria, pero la mejor vista al pueblo, la encontraremos justo antes de bajar. Hay un mirador preparado, que se sitúa en la punta de la montaña que está justo encima del pueblo.
Desde él, podemos observar el zigzagente descenso del asfalto por las orillas de los barrancos, hasta llegar al pueblo, que está asentado entre los dos valles.
El panorama, es sencillamente espectacular.
Para descender hasta el pueblo de Curral Das Freiras, basta con continuar por la sinuosa carretera un buen rato. Para nosotros ese día, fue un tramo más duradero de que sería habitual, ya que como anécdota negativa, tuvimos que seguir a un desfile de coches que iban en procesión por un funeral.
  
Del pequeño pueblo, solo decir que es encantador. Verte ahí abajo, en ese bonito caserío, flanqueado por las laderas repletas de verde fayal-brezal, es una verdadera gozada que invita solo a sentarte, relajarte y pasar el tiempo contemplativamente.
Un día más de descanso en Funchal, tomándonoslo relajadamente en la piscina de nuestro hotel, fue lo que duró nuestra visita a esta bonita y tranquila isla hermana de las que somos originarios.

Como anécdota final, me dispongo a narrar de forma resumida, la pequeña odisea en la que se convirtió nuestro retorno a casa.
Como a las 19:00 salíamos en el ferry. Este venía de Lisboa, haciendo escala aquí, en Funchal, para continuar rumbo primeramente a Tenerife y después, continuar a Gran Canaria.
En el barco no viajaba casi nadie. Los que embarcaron junto a nosotros, eran personas de aspecto muy humilde. Solo divisamos a unos cuantos chicos cargados con sus "matules", de aspecto marroquí y a un joven africano.
Nada más partir, salimos a la cubierta a dar un último vistazo a modo de despedida a la costa madeirense.
De repente, a solo unos kilómetros de la costa, me percato y se lo comunico a Marijose, de que un sospechoso y espeso humo blanco sale de la zona de los motores. Se extiende ya por todos lados como si fuera una bruma.
Una persona, de acento portugués, le pregunta a un operario, que por allí pasa despistado. Cuanto éste ve el humo que le señala el pasajero, exclama en todo alto y despectivo, con un inequívoco acento gallego: ¡Baaahhh! ¡Eso es normal!
No pudimos contener una gran y sonora carcajada. ¿Tú crees que aquí todos somos tontos, no chaval? Le espetamos en voz alta y clara, para que nos oyese, a lo que respondió, después de dudar unos instantes mirándonos, simplemente agachando la cabeza y "mandándose a mudar a toda pastilla".
El barco aminoró la marcha a la velocidad mínima, pues claro, evidentemente, se había averiado un motor. Unas cuantas horas más tarde, lo comunican por megafonía. Y que seguiríamos a esa velocidad pero con rumbo a Las Palmas. A los pasajeros con destino a Santa Cruz, (los pringados de nosotros dos), allí los embarcarían en otro ferry hacia ese destino.
Si tienen visión, se podrán imaginar "el palizón" de viaje que nos tocó. Después de pasar la noche como pudimos entre la desierta zona de butacas, junto con "los cuatro gatos" que nos acompañaban, se supone que desembarcaríamos en nuestra isla sobre las 8:00 am. Pero no, llegamos en cambio a la isla vecina, sobre las 13:30 del mediodía. Por lo menos, después de charlar un rato con la chica de información del barco, conseguimos que nos dieran un camarote en el ferry de Las Palmas a Santa Cruz y pudimos dormir un poco las cuatro horas del trayecto.