Túnez

Con este viaje, comenzamos Mari y yo, una serie de visitas a distintos países que ofrecen ofertas programadas para darse a conocer.

Túnez, no fue nuestro primer viaje juntos, pero sí el primero en el que salimos juntos del continente europeo, hacia la parte norte de África en esta ocasión, en septiembre de 2007.
Es un viaje de hace unos añitos, pero mirando las fotografías, aún recordamos múltiples y divertidas anécdotas. De ellas, intentaremos sacar provecho en este pequeño resumen que aquí les ofrecemos.


Así pues, recordamos como llegamos a Cartago en plena noche. No tenemos muy claros los recuerdos de la cuidad. Si acaso, la caótica entrada al país, en la que fuimos objeto de numerosas y fastidiosas revisiones en el aeropuerto de entrada por parte de los operarios del mismo y hasta del propio ejercito.




La verdad es que la primera impresión da bastante rechazo.
Ya nos imaginábamos en lo que nos metíamos, por lo de ser un viaje de los denominados económicos, pero la verdad es que al final, mejoró bastante.
La primera etapa del viaje, fue un circuito de varios días por los puntos más importantes del país, para acabar con unos días de relax, en la ciudad turística de Hammamet.
La primera mañana, nos trasladaron al anfiteatro romano de El DJEM o de Thysdrus.
Es realmente sorprendente, no nos lo esperábamos. Es el cuarto anfiteatro en cuanto a tamaño del mundo, y primero del norte de África, aunque visualmente por lo menos, nos impactó tanto o más, que cuando estuvimos frente a su homónimo romano, y me aventuraría a afirmar, que está hasta en mejor estado de conservación.

En el resturante excavado en roca al que nos llevaron después de la visita al anfiteatro, conocimos a una parejita joven, paisanos de nuestra isla, Adex y Davinia, a quién damos un afectuoso saludo, ya que nos hicieron pasar unos muy buenos momentos.

Desgraciadamente, ellos, fueron quienes protagonizaron la anécdota más oscura del viaje. No les llegó una maleta, que la compañía aérea se había dejado olvidada en Madrid. Y no les llegó hasta que estuvimos ya alojados los últimos días en Hammamet. Fueron ellos los que se tuvieron que trasladar al aeropuerto para recogerla. Allí guía del tour-operador, les negoció un taxi de vuelta. Vieron como el dinero que dieron al guia para el taxi, pasó de las manos de éste al taxista y del taxista, volvió parte del dinero para el guía, como comisión. Pero es que para colmo, a mitad del camino, el taxista paró en una gasolinera, donde los obligó a pasarse a una furgoneta de mala muerte, con unos tunecinos desconocidos,que los trajeron de vuelta al hotel, más de la mitad del camino.
Para los chicos, fue realmente una jornada de mucho estress, pero gracias a lo más sagrado, o a lo que fuera, que no pasó nada y pudieron contarlo como una simple anécdota desagradable, eso sí, pero anécdota al fin y al cabo.












Siguiente parada, una de las múltiples casas excavadas en la roca, típicas de la región. Justo fuera de ella, habían montado una Jaima, a modo de reclamo para los turístas, que hacia las veces de puestito ambulante de su cacharrería.
Y por último, para acabar la jornada, una gran "guirufada", pero con un grandísimo encanto.


A pesar de que ya hemos montado alguna vez en camello, recordarles que en casi todas nuestras islas se puede, el hecho de hacerlo al atardecer, en pleno Douz, una de las antesalas al desierto del Sahara, tiene mucho, pero que mucho encanto y romanticismo.



Mientras dabamos el paseo, la camella que montaba Marijose, por lo visto, se encaprichó de mi, y cada rato ponia su cabezota sobre mis muslos. Rumiaba como solo los camellos saben hacerlo y me miraba dando gemidos de camella enamorada.









Otra anécdota graciosa, es que la hermana de Mari y su Marido, ya habían estado en Túnez hacia unos buenos años, y tenían la misma foto, con las mismas prendas que te ponían para montar en camello. Viendo de donde las sacaban y como las trataban al devolverselas, creemos que tenían que tener hasta las mismas manchas.
Esa noche nos alojaron en un pequeño hotelito llamado Gran Faouar. Cutre con ganas. Oímos mucha gente quejarse de las habitaciones. Pero a nosotros lo que nos daba era risa. Valía la pena, solo por poder pasear de noche, entre aquellos jardines que constaban simplemente de arena del desierto y algunos cáctus (o pencas, en canario), bajo ese cielo despejado y totalmente estrellado. Era autentico, después de todo.

El día siguiente transcurrió en el autobús, camino a Tozeur, donde tenemos unas cuantas anécdotas dignas de mención, como una con el conductor, hablando por su móvil y casi despeñándonos por un barranco, lo que provocó los gritos y el enfado de la gente que nos acompañaba por el circuito, en su mayoría chicas portuguesas, estudiantes de enfermería.




Paramos en un punto kilométrico de la carretera que atraviesa el lago salado de Chott el-Jerid, en el que sólo había una cutre cafetería, que en realidad era una tienducha de baratijas, pero con unos baños exteriores que eran dignos del cachondeo de todos nosotros.
La vasta extensión árida de arena y sal, de esa época del año, es la del lago salado más grande de África. Unos cinco mil kilómetros cuadrados en total.
Por lo que cuentan, es un grandísimo yacimiento de fósiles marinos. Eso es debido a que esa yerma extensión salada, surgió por un choque entre dos placas tectónicas, que dieron lugar en primer lugar, a la elevación del fondo marino y segundo, a la formación de la Cordillera del Atlas, que se puede divisar muy al fondo, después de la inmensa extensión de arena y sal, cuarteada por el abrasador sol.
Esta conjunción del sol y de la sal depositada por la evaporación de las aguas invernales, dan lugar al fenómeno del espejismo, del que fuimos testigos a lo largo de la travesía.





Esa misma tarde, llegamos a la caótica ciudad de Tamarza, donde antes de alojarnos en el hotel, hicimos una parada incluida en el programa.
En el autobús, empezamos a adivinar cuando estábamos próximos a llegar a destino, porque siempre, minutos antes de entrar en alguna ciudad, a ambos lados de la carretera, se empezaba a ver cantidades ingentes de basuras y de bolsas plásticas esparcidas a antojo por el viento.
La ciudad, era un curioso caos, lleno de gente deambulando por los numerosos comercios locales, pequeñas motocicletas con dos o tres ocupantes, o cargadas con variopintos objetos, y numerosos carruajes hechos con un eje de automóvil, pero tirados por un burro...cuidad curiosa de verdad.







La actividad programada, consistía en un pequeño paseo en unos carros tirados por caballos, por un sendero que discurría por un pequeño parque, el Palmeral de Tamarza.
Sinceramente, no valía mucho la pena, pues el palmeral en sí, ni siquiera estaba bien cuidado. Pero bueno, hicimos la tarde hasta que nos llevaron al hotel, para levantarnos temprano al día siguiente, en el que sí que nos llevaron sitios bonitos de verdad.

Los Oasis de Tamarza y Chebika.

Comezamos la jornada subiéndonos en un 4X4 conducido por un local, que nos iban a trasladar a los famosos oasis. Nos pusimos de acuerdo con nuestra pareja paisana para ir juntos. Nos metieron a un matrimonio en el mismo jeep. Comenzó la anécdota del día.
La señora empezó con un poco de mal pié con nosotros cuatro, por querer pasarse de "listilla". Desde que llegó, rápidamente colocó a su marido al lado del piloto, hizo que colocaran a nuestra parejita amiga, los más jóvenes, en la parte trasera del coche, donde no había mucho espacio que digamos, e intentó que yo o Mari nos sentásemos juntos apretados en el pequeño asiento central, para viajar ella pegadita a la ventana. Ahí nos plantamos. Ya que ella había sido tan inteligente a la hora de colocar a su marido delante, sin preocuparse de que yo mido un metro noventa de estatura, le hice sentarse entre Mari, en una ventanilla y yo en la otra. ¿Qué pretendía? ¿Que me cortara las piernas para su comodidad? No lo consiguió.
Comenzamos el paseo. El conductor, un simpático tunecino, ataviado con ropa árabe de color blanco, con su turbante en la cabeza, que solo le dejaba mostrar su rostro, su bigotito y su amplia sonrisa, se esforzaba en comunicarse con nosotros. Hablaba francés, mezclado con unas palabritas en inglés y español.
Así que la señora, en un alarde de simpatía, le dice entre francés y castellano al conductor, que conduzca con mucha precaución, que los tunecinos conducen fatal y muy a lo loco. Y señor, sin perder la sonrisa ni un segundo, se para en un Stop, y le responde, que no, que ellos conducen muy bien, y que respetan todas las señales, señalándole el Stop. En ese momento comienzan a sonar a pitazo limpio, el claxon de todos los jeeps que conformaban nuestra carabana. Gritos de los conductores << [ YÁLA YÁLA: !!!] >>, hasta que uno de ellos, se sube a la acera de la derecha y nos adelanta a toda pastilla. Le siguen los demás jeeps...Las carcajadas y risotadas nuestras, y las del conductor, eran proporcionales a la cara de asombro de la señora. ¡Qué buenísima anécdota! De las situaciones más divertidas que recordaremos.
Después de ratito de camino, a través de carreteras semi ocultas por la arena del desierto, donde alguna vez que otra, nuestro conductor tuviese que detenerse para que cruzara por delante de nosotros algún camello que otro, la señora comenzó a ilustrarnos a todos, con que para ella el desierto no era nada nuevo ni especial, pues en las afueras de su Zaragoza, estaba el desierto de Los Monegros, que para ella era mejor...de repente se interrumpe para preguntarle al conductor qué era aquella niebla que se divisaba a lo lejos...Mari, ni corta ni perezosa suelta: <<¿Es que en el desierto de Los Monegros no hay Calima?>> Se hizo un corto pero incómodo silencio, hasta que el marido de la mujer se volvió hacia ella y le dijo: <<Cariño, si lo de casa es mejor como dices ¿Para qué vinimos hasta aquí?>> y nos hizo un guiño a todos. Buen entendedor.
Por suerte la primera parada, el Oasis de Tamarza, estaba muy próxima, lo que evitó que se hiciese incómoda la travesía.
Después de un bonito, pero un poco agotador paseo, debido al fuerte calor del desierto, y después de tener unas bonitas vistas desde lo alto de un barranquillo, del zigzageante palmeral que perseguía el discurrir del agua, y después de sufrir una pequeña persecución por los muchos niños que pedían dinares a cambio de sus collares, llegamos al origen del Oasis.
Lo de los niños, nos tocó un poco la moral. Verlos tan sucios y pobres, pero con aquellas magnificas y encantadoras sonrisas, que los hacían bellísimos a pesar de todo...y es que realmente los niños tunecinos eran bonitos, pero bonitos de verdad. 
 
Bueno, una pequeña charquilla de agua verde era todo que que había en el principio del Oasis. Pero muy bonita y exótica de verdad.

A la vuelta al 4X4 seguimos con nuestra fiesta particular con el conductor y justo antes de partir hacia el segundo oasis, el marido de la señora, se ofreció a cambiarme el puesto en el coche, pues se había dado cuenta de mi incomodidad durante el trayecto anterior. Inteligentemente por su parte, el hombre se puso de "buen rollito" e hizo que cambiase la dinámica de nuestra interactuación.
El conductor nos puso música árabe y después de canturrear y bailotear, mientras conducía como un loco, lo que provocaba nuestras risotadas, nos dijo que nos iba a poner música egipcia. Cuando metió la casett, le dije que esta música sonaba igual que la otra, y él que no, que era distinta y cantaba sonriendo en voz alta. Pero a nosotros nos sonaba igual y nos moríamos de risa con el fantástico personaje que teníamos todo entero para nosotros ese día.




Llegamos así al Oasis más grande, el de Chebika. Un salto de agua de unos metros, con la particularidad de que es agua en medio del desierto, no hay que olvidarlo, y poco más.
Unas tienduchas de souvenirs para turistas, donde Mari empezaba a perfeccionar su técnica para regatear y nos volvimos de regreso al hotel.





Esa misma noche, nos llevaron a cenar a un espectacular edificio, ambientado como un castillo mozárabe, acondicionado para los turistas.

En él, disfrutamos una agradable velada en la que pudimos ver espectáculos al aire libre y dentro de la sala, mientras cenábamos.





Mari nos regateó unos tatuajes de gena a todos los de la mesa, que serían una buena anécdota que comentaremos de unos días más adelante.

En la misma mesa, nos sentaron a los cuatro chicharreros y a la pareja de Zaragoza que nos acompañó en la excursión del día de hoy a los Oasis. Después de unos vasos de vino, hicieron ya buenas migas con nosotros.
Pasamos una gran velada, en la que salimos todos, un poquito "chispeados".

El último día de circuito, lo dedicamos, de camino a Hammamet en bus.

Paramos por la mañana a pasear por los bazares y mercadillos locales de Tamarza y por la tarde nos llevaron a una fábrica local de Alfombras, donde nos explicaron su mecánica de elaboración para intentar vendérnoslas. Era la primera vez que veíamos el tema de la seda, que después vimos en otros países.



Lo que más recuerdo de esa tienda, fue la conversación que mantuve unos minutos con el jefe de los vendedores. Un hombre enorme, de más de dos metros de estatura, según él descendiente de Bereberes y puede ser perfectamente cierto. Mis conclusiones, sumándolas a las que me dejó la charla que mantuve con la chica que nos hizo los tatuajes en la cena de la noche anterior, es que por esos lares, la gente piensa que aquí, el dinero te lo regalan o que nace de un manantial. Yo entiendo y comprendo que la situación económica de ellos es infinitamente distinta a la nuestra, pero de ahí a lo que ellos creen...va un abismo.
La segunda parada de ese día, fue en las puertas de la Gran Mezquita de Kairouán.

Esa escala, fue el timo del viaje. A pesar de habernos llevado hasta ella, no nos dejaron entrar dentro, el porqué, no lo sabemos exactamente aún hoy en día. Unos decían que porque había fiesta y no se permitía el acceso a los no musulmanes, otros que porque justo ese día estaba cerrada, el caso es que nos quedamos merodeando por los alredores, donde no había nada más que unos tunecinos vendiendo las cositas que tenían sobre sus alfombras.

A uno de ellos se le puso una cara de mosqueo que no te menees, cuando intentó timar a Mari con un jueguito de té. Después que le saliese el tiro por la culata, intentó bajarle el precio, pero ella ya le dijo que ahora ni aunque se lo regalase. Es más, fue y le compró unos collares iguales a los que él ofrecía, justo al de al lado, solo por jorobar...nos reímos un rato al verlo farfullar en su idioma.



La última parada, casi de noche, en nuestro hotel en Hammamet.

Hammamet.

Hammamet, es un complejo hotelero, en primera línea de playa. Con unas infraestructuras muy grandes y con mayor perspectiva de desarrollo, ya que la impresión que da es que lo han intentado hacer "a lo grande", pero o sin los conocimientos o sin el capital suficiente como para llevarlo a cabo, y hasta como un poquito a lo "chapucilla" me atrevería a decir. No puede por mucho que lo quieran, compararse a destinos de playa del mundo como el Caribe. A pesar de ello, no está nada, pero que nada mal.

Las playas, a primer golpe de vista, sobre todo en las fotos, son parecidas a las del Caribe. Las principales diferencias, es que éstas, son de arena del desierto y que dan al mar Mediterraneo.
Nos quedamos unos cuatro días en ese lugar. A pesar de que era una estancia en régimen de todo incluido, hay que señalar, que están a años luz de lo que ofrecen en el Caribe.

Como somos personas muy adaptables y lo pasamos bien de cualquier manera y modo, no recomendamos ni ver, ni dejar de ver nada por ir a otro lugar. Creemos que hay que ver todos los lugares y "saborear" su originalidad, evitando las comparaciones, que son odiosas.
El hotel, no tenía malas instalaciones, y pasamos los días de la playa a la piscina y al comedor y vuelta a empezar.

Un día nadando en la piscina, al sacar la cabeza del agua, me veo de frente a unos chicos gritándome por mi nombre << ¡Pedro! ¡Pedro! >>, eran los chicos de la animación que me llamaban por si quería participar en un juego. Me dejó descolocado, que todos ellos me llamaran por mi nombre. Salía de la piscina, y cada vez que pasaban a mi lado los chicos y chicas del hotel, me saludaban << ¡hola Pedro! >> y se reían. Me tenían más que mosqueado.
Hasta que uno de ellos, muerto de risa, me lo explicó. El tatuaje de gena que la chica del castillo me había pintado en el brazo. Me había preguntado cómo me llamaba mientras charlábamos, eso fue lo que me dibujó, mi nombre. Por eso era que todos sabían como me llamaba ¡Qué bueno!

Cartago, Las termas de Antonino y Sidi Bou Said.

Para el sábado, habíamos comprado esa excursión. Pero el viernes caí enfermo del estómago. Algo, seguramente el agua, me descompuso y lo pasé realmente mal. Casi suspendemos la visita a pesar de que perderíamos el dinero con toda seguridad, pero en un acto de cabezonería por mi parte, finalmente la hicimos.
En cada parada, salia disparado buscando baños como un loco. Hoy lo recordamos con muchísimo humor, pero fue un mal trago de verdad.
La primera parada, el museo de Cartago.


Lo que más nos llamó la atención, los gigantes frisos, realizados con pequeñas piedrecillas de distintos colores.

Espectaculares.
Estatuas, figuras, cuadros y demás cosas interesantes que tienen los museos, pero que un ignorante como yo, no es capaz de entender del todo y por tanto de disfrutarlas como se merecen.
Siguiente parada, en las ruinas romanas de Cartago, a orillas del mar, donde están las termas más grandes construidas en suelo africano.


Fue donde peor lo pasé con el problema estomacal, pero por lo menos estuve allí, aunque no fuera en mi mejor versión.
Las termas estan muy bien conservadas, a pesar que son del siglo II y del inmenso saqueo al que han sido sometidas a lo largo de siglos, por los arqueólogos extranjeros.


La última visita, la que más nos gustó, uno de los pueblos blancos más bellos del Mediterraneo, Sidi Bou Said.


Un pueblo precioso, de empinadas calles adoquinadas, pintado totalmente de blanco, excepto las ventanas y puertas de las casas que son de madera, pintadas de color azul.







A los lados de las calles, montones de puestos de artesanía, donde Mari perfeccionó su ya depurada técnica del regateo y yo me olvidé de mi estómago, que pasó a dolerme, pero ahora de tanto reírme de ver a los tunecinos enfadados con ella cada vez que les bajaba sus ofertas iniciales por sus productos. Le decían: << ¡tú gitana! ¡tú gitana! >> y soltaban sonoras carcajadas mientras le daban otro precio inferior al inicial, pero superior al de ella, que volverían a negociar.


Vale la pena subir hasta lo más alto del pueblo, a pesar del calor y las cuestas, por ver las fabulosas vistas de la costa.








Después del gran descubrimiento de esa preciosidad de pueblo, nos volvimos al Hotel.
No hicimos mucho más los días que nos quedamos en Túnez, pues Marijose también empezó con las mismas molestias, que tan mal rato me hicieron pasar a mi.
Así que, decidimos pasar lo que nos quedaba, tranquilitos, disfrutando de la playita y del hotel.
¡Doy fe de que lo hicimos! Igual que en todo el tiempo que estuvimos de paseo por Túnez.