Egipto

El vídeo resumen:
  • Prólogo
Este año, debido a la crisis económica que nos afecta a todos los españoles, sólo teníamos previsto un único viaje. Uno grande, para el que habíamos estado ahorrando. Sería en el mes de octubre. Pero desde noviembre del año pasado, en el que visitamos y conocimos algunas zonas de Turquía, sin darnos ni una escapadita, ya nos encontrábamos más que estresados de nuestra rutina cotidiana.
Panorámica de las Pirámides de Giza
Después de ver imágenes en un programa televisivo de viajes que nos apasiona, que no mentaremos aquí, en una de sus versiones extranjeras, la ciudad de El Cairo, Mari, se puso un poco nostálgica del viaje que había realizado con sus amigas, hace ya unos cuantos años.
La revolución del 25 de enero que tuvo lugar en Egipto, nos hizo entrar en largos e imaginativos debates acerca de la situación social de los habitantes de ese país. Y De si algún día, podríamos ir los dos juntos a ese lugar, del que ella guardaba tantos recuerdos. 
Motonave en el Nilo.
   
La convulsa situación de Egipto, lo daba por descartado para nosotros. Pero seguían entrándonos por los ojos imágenes de los atractivos turísticos de Egipto en nuestro programa favorito de la tele, y eso hizo que, casi sin decir nada a Mari, me pusiera a otear  información de la situación para el turista allí vía internet y de las potenciales buenas ofertas para hacernos alguna hipotética escapadita.

Parada de autobús en El Cairo.


No encontré nada en claro. Parecía como si se estuviese ocultando la información actualizada. En los buscadores, solo salían artículos de antes y durante el principio de la revolución. Mientras que en los foros de viajeros, como siempre, las opiniones eran de lo más diverso y contradictorias. Unos que muy bien, otros que muy mal. Y en lo que respecta a las páginas web de viajes, casi ninguna oferta. Ni siquiera, los típicos circuitos, del que sólo encontré uno, y extremadamente caro.

Pero he aquí, que un buen día, de repente encuentro por el Google, un artículo, en el que se afirmaba que EEUU había reabierto la ventana turística con Egipto. Así que nuevamente, busco en las páginas de viajes y ¡Voila! Una irrechazable oferta de ultimísima hora, para pasar unos días en El Cairo y hacer un pequeño crucerito por el río Nilo.

Dicho y hecho. Nos liamos la manta a la cabeza y removimos cielo y tierra en nuestros respectivos trabajos y sin pensar mucho, o más bien nada, en la situación del país, reservamos, no antes sin algunos inconvenientes con la agencia, nuestra escapada a Egipto. 


Una vez comprado todo, a solo unos dos o tres días de partir, empezaron nuestras dudas y “acongoje”, pues por más que buscábamos no encontrábamos nada en claro de la situación para los turistas. Aún así, nos propusimos no plantearnos nada hasta llegar. Una vez allí, buscaríamos la manera de “patearnos” como fuera El Cairo y después lo del crucero, como ya era organizado, pues sería fácil.

Llegamos a El Cairo, anocheciendo. Previa noche, como de costumbre en los viajes para los canarios, en Madrid, y la consabida odisea de aeropuertos de ese mismo día.
Saliendo a las puertas de control policial y aduanas, nos abordó un chico que se presentó como Omar, representante de la agencia a la que compramos el paquete. Fue curioso, pues lo dejaron pasar dentro a buscarnos, cosa que en España no se puede hacer. El nos ayudó con la compra del visado de entrada, en unos de los mostradores que estaban allí situados para tal efecto y nos llevó a un mostrador donde nos daban mejor cambio a nuestra moneda. No nos dejó cambiar más de 100€ porque según él, sería más que suficiente…de entrada, no nos lo creímos, pero así lo hicimos. Luego resultaría que tenía razón.
Entrada al templo de Nefertari
Según pasamos la aduana, Omar, nos explicó de camino al transporte que nos conduciría hasta el hotel, que éramos los únicos viajeros que llegaron por su agencia. Eso nos preocupó sobremanera. Efectivamente, los turistas arriesgados, eran contados con los dedos de una mano. Por lo menos los españoles, que tenían miedo, pues los últimos que estuvieron, en plenas revueltas, lo habían pasado realmente mal y habían dado muy mala presa de la situación. Según el muchacho, por lo menos, italianos y franceses habían seguido entrando, aunque a cuentagotas.
Niños del pueblo Nubio


Ya en la furgoneta, habiéndonos presentado a Al Falatt (seguramente no se escribe así, que me perdone), el que sería nuestro chofer particular, y con el que entablamos una muy simpática interacción esos días, con el que pasamos divertidas situaciones intentando comunicarnos, pues el hombre, de raza Nubia, hablaba solo árabe y cuatro palabritas de inglés, Omar, nos hizo una agresiva oferta (en cuanto a lo económico) por un pack de visitas para conocer El Cairo.

Dudamos, pues nuestra intención era estar a nuestro aire. Pero insistió en que aunque no pasaba nada, no era del todo recomendable que deambuláramos por cualquier lado. Esa fue la primera de una de las múltiples y amables formas en las que nos advirtieron de que no estaba todo ok.  
Mini-bus de El Cairo


 Según explicaciones de otra persona, a la que tampoco mencionaremos para no perjudicarla de ninguna manera, en tiempos de Mubarak, la policía hizo mucho daño a la población civil. Con las revueltas, el pueblo la había sometido y la estaban observando con lupa, por lo que no habría efectivos que pudieran actuar diligentemente en caso de contratiempos… ¡ahí quedaba eso! 

Nos pusimos un poco remolones a la hora de contratar nada, pero un paseo por los alrededores del hotel de 4 estrellas (al que se le  deberían haber caído 2 y otra que sería prestada) en el que nos alojaron en la avenida de Las Pirámides, hizo que reculáramos y entráramos por el aro de Omar.  
Tráfico de El Cairo.

La calle principal de las compras, a 5 minutos a pie del hotel, fue impactante.
 Ya lo era de hecho, desde el primer paso que dimos en la polvorienta y estropeada avenida.
Casi sin iluminación, con el tráfico más denso que jamás habíamos visto.

 Un parque móvil espectacularmente viejo y desvencijado, circulando a toda pastilla a pitazos y volantazos, gente cruzando entre ese maraña de chatarra andante para cruzar, a la que tuvimos que sumarnos en determinado momento para alcanzar esa dichosa calle principal, en la que una masa ingente de lugareños alborotando en sus quehaceres, se movían desordenadamente de un lado para otro.
Yo pasé algo más desapercibido, pues estaba haciendo un experimento de unas dos semanas con mis barbas, pero Mari, rubia como es, siempre confundida por una yanqui en cada país que hemos visitado, parecía que llevase un chaleco reflectante que atrajera todas esas miradas indiscretas e inquietantes. 

Todas las mujeres que vimos en esos alrededores, iban ataviadas o bien con los horrorosos Burka, o como mal menor con el cabello cubierto y mallas debajo de la ropa que impidiesen ver la piel.

Mari es infinitamente más atrevida y valiente que yo para estas situaciones. Yo siempre estoy preocupado de que pudiera pasarle algo y yo no pudiese hacer nada, por eso se me nota a la legua la expresión de preocupación en la cara.
 Así las cosas, mientras yo miraba con desconfianza a una pareja que discutía acaloradamente entre la multitud, ella me iba tranquilizando diciéndome que estuviese tranquilo, que no pasaba nada, hasta que cuando pasamos al lado de la pareja, el chico, calculo que sobre la treintena de edad, le soltó a la joven, la “ostia” más brutal y sonora que nunca he visto dar a una mujer. Armaron una “pelotera” de gritos y empujones en un instante y nosotros, entre la indignación por lo que vimos, la impotencia por no poder hacer nada y el estrés que yo llevaba encima, decidimos volvernos y contratar lo que nos ofreció Omar en el Hotel para poder movernos con tranquilidad. Fue tal la tensión de esa primera toma de contacto con la ciudad, que no nos atrevimos a sacar la cámara para tomar fotografía alguna.

Definitivamente, El Cairo, por mucho que digan, aún no estaba para poder ir por cualquier lado, sintiendo total tranquilidad y nada de miedo. Habrá miles de personas más arriesgadas que nosotros, que seguramente digan que ellos hicieron miles de actividades y nos les pasó cosa alguna. Pero nuestra mentalidad, es que estamos de vacaciones y que no arriesgamos por arriesgar. Mi opinión, por lo que viviríamos después, es que acertamos.
  
  • La ciudad del Caos, El Cairo.
Desde temprano que nos subimos a desayunar a la terraza de nuestro hotel, donde creemos que éramos los únicos huéspedes, y ya pudimos ver las Pirámides. No las esperábamos tan cercanas. Pero descubrimos algo más. El sonido interminable del tráfico de El Cairo. Diferentes e interminables sonidos de claxon, que se desvanecen entre la polución y el polvo en suspensión de los edificios en ruinas o a medio terminar, mientras se mueven pesadamente, por las igualmente enormes que destartaladas avenidas, los miles de coches que parecen sacados directamente de la chatarra. Yo calculo, que cada taxi marca Peugeot 504 que circula por esas calles, tiene que estar hecho con las piezas de tres o cuatro coches. Es Impresionante.
Puntual, nos vino a recoger Al Falatt, nuestro chofer, con un guía de la agencia, Mustafá. Nadie más. Como sospechábamos. El pack de visitas que contratamos, era sin más acompañantes, porque no había más turistas, claro. Una tristeza para el país, daba mucha pena, pero siendo egoístas, un lujo para nosotros, pues disponíamos de chofer, guía y furgoneta exclusiva.
Presentados, nos involucramos en la locura del tráfico dirección a las Pirámides de Giza, a las que llegamos en nada. La verdad, es que impresiona verlas desde el coche, son enormes y se ven desde cualquier punto, mientras que para los lugareños, parece como si ni existieran. 
Dentro del recinto de las Pirámides, se nos hizo evidente que la falta de turistas, haría de nuestra estancia un agobio, culpa de los vendedores de “chuminadas” locales. Mari los recordaba muy, pero que muy plastas. Yo en mi vida he visto tíos tan pesados como éstos. Por más que pasas de ellos, te siguen dando la brasa y no se cansan.
Si ya le has dicho a 200 que te dejen en paz, no entiendo por qué el 201 actúa como si tuviera posibilidades de endosarte algo. Fueron lo peor de todo el viaje, pues además, se enfadan cuando no les compras algo y te sueltan el ya famoso “tú catalán”, que al principio parece una gracieta, pero que a lo largo de tu estancia, te vas dando cuenta de ellos lo dicen muy despectivamente. Para insultar, que se entienda. Yo siento que no lo entiendan, pero si hay 22 millones de personas que viven en esa Ciudad, deberían explicarles que es imposible que alguien tenga 1€ para cada uno de ellos.

Son actitudes equivocadas hacia los turistas, culpa del malcrío, de un sector del turista, sobre todo el de los norteamericanos más mayores, que van soltando dólares a diestro y siniestro. Eso, se debería erradicar, por el propio bien de los egipcios, que acabarán espantando del todo a los turistas.




De las pirámides que vamos a contar que no hayáis oído o visto mil veces en televisión o en algún documental. Pues que aparte de que son justo como se espera, vista con los propios ojos, no dejan de impresionar por su magnificencia y no decepcionan. Son una de las maravillas del mundo antiguo por algo y hay que verlas en persona alguna vez en la vida.

Pudimos verlas y fotografiarlas a nuestro antojo. Todas, para nosotros que estábamos prácticamente solos allí. Incluso entramos en la de Micerinos, la más pequeña de las tres grandes, sin compañía alguna.




Bajamos el túnel, los dos solos, mientras Marijose me explicaba, que cuando ella entró en su anterior visita, se volvió para atrás, debido al agobio de tanta gente en un corredor tan pequeño, estrecho y bajito.




Dentro de las Pirámides, excepto el empinado y angosto corredor descendente, no hay nada.

Sólo las dos cámaras donde se alojaban los sarcófagos y los tesoros antes de que fuesen saqueados. Ah! y un vigilante con chilaba, que reclamó muy insistentemente y con muy poca educación su Euro de propina, por el “gran esfuerzo” de señalar las dos cámaras, que sin su dedo, hubiésemos visto igual, pues allí no había nada más que recorrer…en fin.

 Tampoco entendemos, la tajante decisión de la policía local apostada en la puerta, de que no entrásemos la cámara de foto ni la de vídeo, pues allí no había cosa alguna que inmortalizar.
Al salir allí, nos dirigimos en nuestra furgoneta a la zona panorámica, donde pudimos fotografiar las tres pirámides a nuestro gusto.

Siguiente parada, la famosísima Esfinge.
 Un pueblito o barrio de mala muerte precede su entrada. Los locales se apostan en el corredor de acceso y como de costumbre, la falta de turistas, hizo que fuésemos blanco de todos los agresivos "moscones".

Mientras más agresivos y agobiantes se ponen, más cerrados somos los extranjeros a sus pretensiones.
Es lo normal, pero la incultura tiene lo que tiene. Uno de ellos llegó a ponerme por la espalda un pañuelo en la cabeza.
- Es un regalo - alegó, - regálame 10€ tú a mí ahora…- como que para listo tú listo yo. - Quítame esto de la cabeza, que los regalos son gratis - Así lo hizo, y se fue maldiciendo e insultándome en su lenguaje…

Dentro del recinto de la Esfinge, muy pocos visitantes y muchos niños locales intentando ganarse un dinerito vendiendo cositas, mientras sus padres les vigilaban atentos. Ellos, los niños, te seguían e iban diciéndote dónde podías sacarte alguna foto imaginativa.
Todo lo que pudieron sacar de nosotros, pero que les hizo mucha ilusión, fueron caramelos.
 Pero los padres insatisfechos, los mandaban una y otra vez a por nuestros Euros.
Más caramelos para los niños y ningún Euro para los padres, por explotadores de menores… Es que nos indigna demasiado ese mal rollo.

De allí, salimos otra vez al meollo de tráfico, pasando por los pueblos de las afueras de El Cairo, donde pudimos comprobar desde la ventanilla de nuestra furgoneta, situaciones más rurales de lo que habíamos visto hasta ahora.
 Los destartalados vehículos del centro, daban paso ahora a carretas tiradas por burros. La porquería acumulada a los lados de las carreteras, era depositada ahora en los riachuelillos, donde vimos hasta una vaca muerta flotando, mientras niños jugaban cerca…mucha pobreza y sensación de descuido por todos lados.

La siguiente parada, fue el recinto funerario de Saqqara.
Es un yacimiento arqueológico de los más importantes de Egipto. Contiene muchas pequeñas pirámides en ruinas, dedicadas a altos funcionarios de la época, Mastabas y el principal reclamo turístico, la Pirámide Escalonada de Zóser, del arquitecto Imhotep.



La pirámide en sí, no resulta tan espectacular a ojos de un profano, como sus homónimas, las de Giza, pero hay que entender que ésta, es muchísimo anterior a ellas, aproximadamente del 2.800 A.C.




Desde allí, en la distancia, pudimos ver entre otras, la Pirámide Combada de Dashur, la Pirámide Roja, y como no, las de Giza aún más a lo lejos.


Después de las interesantísimas explicaciones de Mustafá, nos dirigió de mala gana por nuestra parte a una “escuela de tejido alfombras locales”. De mala gana por nuestra parte porque le explicamos que ya habíamos visto lo mismo en otros países y que no íbamos a comprar nada. Él insistió, porque según él, aquí era distinto. En realidad estaba buscando su comisión si comprábamos algo y lo único que vimos allí distinto, fue que aquí, explotan a los niños.
El tío del garito que nos dio la charla, nos cayó francamente mal. Nos tomó por tontos a la hora de explicarnos que esos niños no sólo curraban de gratis allí, sino que además, eran obligados a ir a la escuela por la noche. No se lo creyó ni él.
Unos simples caramelos y la cara de gratitud de unas de esas niñas, nos desgarró el corazón. A la hora de intentar “meternos” su producto, por una alfombra pequeña, se descolgó con 200€, según él, solo tres días de nuestro sueldo en nuestro país. -¿Tú lo estás flipando verdad tío?- -No. La gente en España gana más de 2.000€- me dice. - Pues yo no conozco a ninguno, tío. Todos mis amigos son mil-euristas, que es más del sueldo medio en España, que apenas pasa de 600 chavalote – Y arrugando la cara, en señal de que no me cree, lo seguimos ilustrando. –Ustedes están muy equivocados, una cosa es que indudablemente no estemos tan mal como ustedes, pero ahora mismo en España hay gente que lo está pasando muy mal, las cosas están mucho más caras allí que aquí, y un sueldo de 1.000€ no da para vivir.- Bueno, pero yo no puedo viajar a España y ustedes aquí sí- Ah! Pero nosotros dos trabajamos, no tenemos lujos, ni hijos que mantener, por ejemplo...¿Cuántos hijos tienes tú?- cinco – ah, y yo conozco egipcios que viven en España y están muy bien situados, ¿Eso significa que todos los egipcios son ricos?- No- Pues no todos los turistas son ricos. Piensa en eso, y ¡ala!, nos vamos. Adiós…

Previo paseo en furgoneta por los poblados, fuimos a almorzar a un restaurante típico para turistas muy bonito, si no tienes en cuenta el sitio en medio del cual se halla ubicado, claro.

 
La comida estaba buena, a pesar de que no había más comensales allí. Pero como todo, hasta para ir al baño a lavarte las manos, se levanta una muchacha que está holgazaneando tumbada en el césped, se acerca a ti, te pone mala cara y te exige la propina correspondiente. ¿Propina por? ¿Lavarme las manos? Ahí acordamos ya empezar a apretar con el temita, que ya nos estaba empezando a cansar. Yo te doy la propina que haga falta por un servicio que yo considero que me has hecho bien. Como hemos hecho en todas partes del mundo dónde hemos estado. Pero que me la exijas por la cara y de malos modos… ¡vamos, vamos!  











Después del almuerzo, nueva paradita, esta vez en una tienda de papiros, para un nuevo intento fallido de endosarnos mercancía, nos imbuimos de nuevo en el denso tráfico de vuelta al hotel, para descansar unas horitas, y salir nuevamente en busca de las calles de El Cairo.

 De camino, paramos en lo que llaman La Ciudad de los Muertos Vivientes. Un episodio humano terrible, que ellos lo venden como un atractivo turístico. Es especialmente desgarrador. El drama de más de dos millones de personas, que despojadas de todo lo que tenían por unas circunstancias u otras, se vinieron a vivir a la capital de su país, y que su gobierno, al no concederles nada de nada, no les dejó más remedio que usurpar e instalarse en las tumbas y mausoleos de esa zona. Allí han subsistido y hecho su vida hasta nuestros días.
Es impactante, ver a niños y adultos, jugueteando a la pelota en las carreteras y que al percatarse de nuestra presencia, se acercaran como zombis a pedir. El conductor, no dejaba que se acercaran demasiado, de cuando en cuando ponía distancia de por medio, mientras el guía nos daba las aclaraciones oportunas.
Un drama aterrador, del que las agencias turísticas han sacado su propio beneficio. Aunque realmente por una parte, si miramos un poco más allá, está bien que sepamos qué es lo que está pasando con la gente que vive en ese país. A nosotros nos tocó tanto, que no sacamos fotografía alguna del lugar o las gentes.
  
Después de la ducha, la visita prevista para esa tarde, el afamado mercado del Kha li li.
 Más de lo mismo. No pudimos disfrutar de él. En el sentido de que al no haber turistas extranjeros, fue demasiado agobiante para nosotros. Nos gritaban y perseguían tanto adultos como niños. Al principio no pudimos ver nada, solo gente gritándonos. Nosotros esquivándolos y espantándolos como podíamos, -¡NO, SUKRÁN! ¡NO, SUKRÁN!- mientras casi corríamos huyendo de ellos. Es todo lo que recuerdo de esa entrada al sitio. Fatal.

Ni siquiera, al salir de esa cuadra de calles polvorientas que es el bazar, del que casi no pudimos ver nada, porque cuando mirabas algo te “atacaban los vendedores a muerte”, cuando intentamos tomarnos algo en la terraza con Omar, que había vuelto a acompañarnos por la tarde, pudimos hacerlo tranquilamente. Al sentarnos y pedir unos refrescos, empezaron a abordarnos mujeres con sus bebes en las manos pidiendo a gritos, niños que eran mandados por los padres que estaban unos metros más allá observándonos y que no se conformaban con unos caramelos, los volvían a mandar una y otra vez, hombres que se acercaban vociferando y moviendo los dedos índice y pulgar haciéndonos la inequívoca señal del dinero… buff!! , un horror. Daban ganas de gritarles ¡¡¡DEJENNOS EN PAZ, POR DIOS!!!

Refugiados un poco por la oscuridad de la noche, dimos con Omar un breve paseo por las calles posteriores al mercadillo, donde había unas mezquitas y algunos edificios muy bonitos, que según él, permanecían cerrados desde la revolución, para evitar saqueos y vandalismos.




De allí, en nuestra furgoneta particular, fuimos al centro. Bajamos en Maydan Tahrir, la tan nombrada y bulliciosa plaza después de la revolución del 25 de enero. Aún, había un gran número de gente apostada allí. Con banderas y pitos, montando barrullo en el césped de la rotonda. Ni una foto, pues seguíamos “cantando” demasiado y ya estábamos un poco estresados de las situaciones que nos había deparado el día. No queríamos más, solo descansar ya. Así lo comunicamos a Omar y nos condujo a un buen restaurante de comida típica Egipcia. Así terminamos el día antes de dirigimos al hotel a descansar hasta mañana, que vendrían más cosas que ver.
Al día siguiente, por la mañana tempranito, después del desayuno en “nuestra” terraza con vistas a las Pirámides, salimos en busca de la Ciudadela de Saladino.
Después de “tragarnos” un denso tráfico, llegamos a la fortificación. Una vez más, la disfrutamos como en familia. Dos o tres turistas por aquí o por allá y nosotros dos. En ella, solo tuvimos tiempo de admirar la bella Mezquita de Mohamed Alí o de Saladino.
 Para acceder a ella, a Marijose le volvieron a “tocar las narices” con el tema de ponerle por encima un pañuelo y un “batilongo” que la cubriera.

Elaboramos nuestra teoría de porqué siempre le hacen eso, más porque dentro habían dos señoras de cierta edad, en pantalones cortos y con camisas de escote y a ellas no les dijeron de ponerse nada de nada, a pesar de que mostraban mucha carne.
Además Mari, había tenido la precaución de vestirse bien tapadita, y aún así fueron a tiro hecho a por ella.
Dicha teoría es que el tema de que hay cubrirse, es única y exclusivamente para “sacar dinero” a quién a ellos les parezca, ni más, ni menos.
Panorámica de El Cairo desde la ciudadela de Saladino.
Por fuera de la mezquita, en el patio exterior de la ciudadela, hay un mirador magnífico desde donde se puede ver otras dos, las mezquitas del Sultán Hassan y la de Rifai, acompañadas de una estupenda vista panorámica de El Cairo.


De allí, previo desplazamiento por las eternamente concurridas y sonoras carreteras de El Cairo, llegamos al famoso museo de El Cairo.




Justo en la entrada del museo, antes de disfrutar unas buenísimas explicaciones de Mustafá de todo lo que dentro de él contemplamos, a mano izquierda, está el edificio del Partido Principal del gobierno egipcio, que fue quemado por el pueblo, durante la revolución del pasado 25 de enero.

Dentro del museo, hay infinidad de estatuas, grabados, sarcófagos y demás objetos de incalculable valor sobre la antigua cultura egipcia. Para los ávidos de saber es un lugar inevitable.
La última visita de esa mañana, fue la del cristiano Barrio Copto.
Un apresurado paseo por unos cuantos callejones y una más breve aún parada en la Iglesia de San Sergio fue todo lo que el poco tiempo del que disponíamos nos permitió ver en él.

Aquí una anécdota de cómo se las gastan los paisanos: Paramos la furgoneta para sacarnos unas fotitos delante de una mezquita. Un tío con gorrito y una chilaba beige nos ve y se acerca a fisgonear. Intenta cogernos por la fuerza la cámara (que la Nikon no tiene idea de lo que va, eso seguro) supongo que para sacarnos él la foto. Lo "espantamos" forcejeando con la cámara para que le quitara "las zarpas" de encima y le decimos que no gracias, que no hace falta, que se vaya. El tío se queda mirándonos mientras seguimos a lo nuestro. Cuando nos disponemos a irnos. Sale corriendo hacia nosotros y nos planta la mano en las narices, haciendo "el gestito" con los dedos de dinero. ¿Dinero por qué, por mirarnos? ¡Anda ya! Y el colega hasta se mosquea por que lo mandáramos a freír espárragos...  


Para finalizar la mañana, nos llevaron a almorzar cerca de allí, a un restaurante tipo buffet de las personas más antipáticas del mundo y nos despedimos de Mustafá, nuestro guía, previa generosa propina, ya que consideramos que se la había ganado, tanto por su diligencia como por buena información prestada en nuestro pequeño tour de los sitios más emblemáticos de El Cairo.


Ya a solas con Al Falatt, pusimos rumbo al aeropuerto donde tomaríamos un avión con destino Luxor para comenzar nuestro crucerito por el Nilo.
De camino, paramos en lo que creemos que entendimos a nuestro chofer, era algo así como un monumento al soldado caído. Nos divertimos y pasamos un buen rato con él, mientras se esforzaba en entenderse con nosotros.

Cuando nos dejó en el aeropuerto, le dimos también a él una buena propia, que agradeció de todo corazón con una amplia sonrisa y abrazos. Lo volveríamos a ver a la vuelta y seguiría igual de agradecido. Tal vez nos pasamos un poco con las propias de él y la del guía, pero éstos, sí que se las ganaron.


  • El crucero por el río Nilo.
Una vez pasado el trámite del aeropuerto de El Cairo con dirección a Luxor, donde pudimos comprobar que aquí no son tan estúpidos a la hora de estar mortificando a las personas a la hora de tomar un avión, como lo son en España y/o Europa (que lo que pasa en los aeropuertos de Canarias ya sí que no tiene nombre). Son permisivos con cosas lógicas, como la pesadez del detector de “que se yo” que siempre pita por “yo que sé” a la entrada, o como dejarte pasar una botella de agua a la zona de embarque, y luego te la bebes, antes de subir al avión. Aquí no, en los aeropuertos nacionales, hemos visto verdaderas “machangadas”. Como podría ser, por contar sólo una, en el aeropuerto de casa, el paisano endiosado de turno, tirarnos a la basura, con total “desdén” y desprecio una crema que nos acabábamos de comprar allí, en el mismísimo aeropuerto. Pero al italiano que teníamos al lado, le dejan pasar los juguitos para él y sus nenes…y todavía estamos esperando la contestación a la reclamación…en fin, la idiosincrasia del canario, jorobar a tu paisano…y dejémoslo, porque las absurdidades me ofuscan un poco.
Al llegar a Luxor, a la salida del aeropuerto nos recogen y conducen a un mini-bus, con unas cuantas personas más que a la postre resultarían acompañantes en el crucero, y otras que no, el tío más antipático que nos había recibido en la vida. Nos metió en la furgoneta y nos dirigió a través de la ciudad, cual vacas al matadero, sin dirigirnos siquiera la palabra. Pasamos al lado de lo que Mari me informó que era el Templo de Luxor ,que visitaríamos al día siguiente, y unos minutos más tarde arribamos a un embarcadero donde estaba nuestro barco. La Joya del Nilo, o algo así, creo que se llamaba.
Para alivio nuestro, el individuo anteriormente señalado, no sería nuestro guía en el crucero. Éste, un señor calvito, bajito y rechoncho, nos estaba esperando dentro del barco. Nos informó de que casi no había clientes. Yo recuerdo 15 personas en total más nosotros dos. Dos portugueses de Lisboa, padre e hijo, dos matrimonios, cántabros y asturianos, acompañados por un joven chaval, un chico de Brasil acompañado por un amigo catalán un poco más mayor, pero muy simpático, dos parejitas jóvenes, una de Madrid y otra de Barcelona, y los últimos y más desafortunados, una parejita de uruguayos residentes en Las Palmas de Gran Canaria, a la que nuestra querida Iberia, les había extraviado las maletas. Ya que ellos no hicieron como nosotros, que estuvimos unos días en El Cairo y después fuimos al Nilo, sino que directamente se fueron al crucero, os podéis imaginar que les chafaron una parte importante del viaje. Esos éramos todos los turistas en el barco. Estábamos en familia y la gran suerte que tuvimos en este viaje, es que nadie salió “rana”. Hubo muy buen ambiente entre todos y en los pocos días que pasamos juntos, entablamos una gran y cordial relación.
El barco en sí, junto con la habitación que nos asignaron, era todo un lujo. Más para lo que nosotros estamos acostumbrados, bromeamos mucho comparándolo con el barco del crucero fluvial que hicimos en China, por el río Yangtzé.
Ese día, haríamos noche atracados allí mismo, ya que por la mañana tendríamos que hacer las visitas contratadas para Luxor.
Para cenar nos sentaron en la misma mesa, junto con los portugueses, con los que hicimos grandes “migas” y ya comeríamos siempre juntos. Esperamos volverlos a ver algún día, ya que nos lo pasamos en grande con ellos, contándonos historietas mientras desayunábamos, almorzábamos o cenábamos, daba igual, a ellos les gustaba hablar casi tanto, como a nosotros dos (nuestras madres estarían preocupadas cuando éramos niños por si acaso les saliésemos muditos… ¡las pobres!).
En ésta parte del país, más al interior, se nota mucho más el calor. O sea que la cubierta superior, sobre todo por las noches, fue de lo más concurrido por nosotros y los vecinos. Desde ella pudimos contemplar las magníficas puestas de sol que el Nilo ofrece, y por el día, unos paisajes realmente espectaculares como veréis a continuación.

Madrugón para empezar, y primera excursión del día. Destino, Tebas, el Valle de los Reyes. Prohibido sacar fotografías y filmar en el lugar. Averigua tú el porqué. El famoso lugar, es un valle situado entre montañas, que los faraones de los antiguos egipcios para excavar sus tumbas. Éstas fueron saqueadas a conciencia, sobre todo por los ingleses, y actualmente no contienen nada. Si acaso, los grabados y relieves de los vacios pasadizos. Nos explicaron, que las tumbas, eran más profundas según la longevidad del faraón correspondiente a ellas.
La Tumba más corta, por lógica, es la de Tutankamón, que sólo reinó 9 años. Como anécdota, nos explicaron que su tumba está justo debajo de la de Ramsés II, uno de los más importantes. Cuando descubrieron la tumba del segundo, echaron encima de la menor, situada a sus pies, los escombros de la primera durante las obras pertinentes para poder acceder. Fue por eso que pasó inadvertida y la única que no se expolió durante el auge de las excavaciones. Ellos, los egipcios, dicen que si el tesoro oculto por un faraón tan joven y que reinó tan poco tiempo es de incalculable valor, ¡cómo sería el de los faraones más importantes!
La anécdota de la excursión, fue la tremenda bronca que tuvo nuestro guía, un señor bajito y regordete, con uno de los operarios de los trenecitos que nos transportaban a los turistas valle arriba y abajo. Éste, se había puesto más chulo que un ocho, vociferando y gesticulando no sabemos exactamente a quién, creemos que a algún "guiri" que se quejaba del rato esperando por él. Pues bien, chiquito y todo, nuestro guía “le metió las cabritas en el corral” a ese tipejo, con toda su estatura y chulería. Dicho esto, como inciso, comentar que puede que sólo nos lo pareciera a nosotros, pero la estatura media de los egipcios, pasaba con mucho la española. Vimos tíos realmente altos allí.

A esas horas de la mañana, Mari lo pasó fatal. El calor se hizo sentir de duro y ella había pasado muy mala noche ya que cayó tocadísima del estómago, creemos que en parte por algo que comió y en parte por los cambios de temperatura de los aires acondicionados. Así que optó por no desayunar y no tomar mucho líquido, para no tener nada que echar…
Segunda parada de la mañana, El Templo de Hatshepsut.

Realmente sobrecoge la figura de este recinto mortuorio, enclavado entre los áridos riscos amarillentos.

Una vez más, pudimos disfrutar a nuestras anchas del lugar, al no haber prácticamente nadie.

Por lo visto, las excavaciones continúan aquí, y continuamente van apareciendo más pinturas y más datos en general de la antigüedad.

 
El dato anecdótico macabro, es que fue aquí donde tuvo lugar la terrible matanza de turistas del año 1997. Realmente el sitio, es el lugar perfecto para una emboscada, pues para llegar al templo, hay que atravesar un corredor entre las montañas, por el que no hay escapatoria posible.
También aquí tuvimos nuestra anécdota con los guardas “pedigüeños”.

Aquí el calor arreció fuerte y a Mari le siguió pasando factura la nochecita anterior.
Todo el mundo se escondió rápido del sol, menos yo mismo que me entretuve con las fotografías, para el disgusto de nuestros compañeros, que empezaron a conocer cómo me las gasto con la cámara. ¡Un abrazo para todos ellos!

De vuelta en el autobús, empecé a notar que Mari José, la co-protagonista de éste, vuestro Blog, se encontraba muy pálida y respiraba con dificultad. Le dije que si quería no bajar de la guagua a ver nada más, no había problema, pero no sabéis como se las gasta en cuanto a cabezonería. Peor que otro que yo conozco en una excursión a las ruinas de Las Termas de Antonino, en Cartago, Túnez.
Una breve parada para ver los dos Colosos de Memnón.



Unas impresionantes estatuas sedentes de Amenofis III, de 18 metros de altura, que a pesar del deterioradísimo estado en el que se encuentran, siguen imponiendo.


En éste punto, no hay nada, salvo las dos enormes estatuas y unos ventorrillos ambulantes de los avispados lugareños, estratégicamente colocados en el aparcamiento de los autobuses, para sacarse un dinerito.
Una de las anécdotas más divertidas, pero no por ello dejamos de percibir la “mala leche” que se gastan los lugareños, la vivimos aquí.
Al vernos bromear con la videocámara delante de los dos Colosos, rápidamente, con la idea del dinerito fácil de los turistas, sale a nuestro encuentro, un señor ataviado con una chilaba azul celeste. Hasta ese momento, el personajillo, lo único que hacía, era estar tumbado a la sombra, debajo unas palmeras.
Está claro, que su intención era, no te voy a dejar grabar o fotografiar nada hasta que me des “pasta” para que me vaya. Pero he aquí, que nosotros, ya hasta las narices de éste rollo, lo ignoramos y seguimos a lo nuestro.
 Entonces el paisano, lo que hace es dedicarse a interrumpirnos, a ponerse delante de la cámara, a meterse en nuestra conversación, haciéndonos constantemente la señal del “dinerito”. Lo único que sacó en claro, es que no nos íbamos a enfadar por su actitud, todo lo contrario. Aunque parezca de malas personas, lo que hicimos, fue reírnos lo que nos dio la gana a su costa. Si fuésemos a picar en su juego, lo llevaríamos claro, en un país donde todos sus habitantes pecan de lo mismo. De querer conseguir que les den dinero, solamente, por el mero hecho de molestar.
Tenemos un vídeo que relata la historia a la perfección. Desde que lo tengamos listo, lo publicaremos en éste mismo punto.

Próximo destino de la mañana, el Templo de Luxor. 

Aquí ya Marijose, no pudo soportarlo más. La pobrecita, se había pasado auto exigiéndose a sí misma para verlo todo junto a mí.

No solo, privándose durante toda la mañana de alimento o líquido alguno, para que su cuerpo no lo rechazase, sino que los golpes de calor que sufrimos cada vez que salíamos del bus, la “reventaron”. Justo a la entrada del Templo, sufrió un desvanecimiento y un golpe en la cara además, con la cámara de fotos que tenía colgada en el hombro. En mi afán por sujetar a Mari para que no cayera y se hiciese daño, se me escapó la cámara y ¡pum! ¡Golpetazo al canto!







Las muestras de solidaridad de los pocos turistas americanos que allí había, me dejaron profundamente agradecido. Cada vez que pasaba alguno por allí, nos dejaban una botellita de agua fría que acababan de comprar para Mari. Incluso uno de los chicos que nos acompañaba en el grupo, el brasileño, volvió loco al vendedor de turno, para conseguirnos la botella más congelada que pudo comprar.
¡Muchísimas gracias a todos!

No así al colega del guía, que estaba más preocupado en dar sus explicaciones al resto del grupo y parecía estar perdiendo mucho tiempo con el incidente. Para su desgracia, salió a relucir el “rejillo” por el que soy conocido, y lo mandé a “hacer gárgaras” lejos de nosotros dos.
Le dije en un tono un poco “tosco”, vamos a decirlo así, que se fuera con el resto del grupo a dar su charla y que nos dejara en paz.


Ya éramos mayorcitos, no nos iba a pasar nada y por lo menos no tendríamos que mosquearnos con él y su sensibilidad.

 Al resto del grupo, muy encarecidamente le explicamos que estábamos bien, que por favor siguiesen con la excursión. Hubo alguno, al que de mala gana, logré convencer,
pues se le notaba realmente preocupado por Mari. Gracias de corazón.






Una vez recuperada Mari, que para quién no la conozca, no podrá ni imaginarse lo dura que es, ni lo rápido que se sobrepone a cualquier circunstancia, la verdad es que lo pasamos genial.

  Solos, a nuestro rollo, vimos y paseamos el Templo de Luxor. Sin las pertinentes explicaciones del guía, pero para eso ya llevábamos nuestra guía con ilustraciones, o sea que no creo que perdiéramos mucho y eso sí, ganamos un rato de estar a nuestro aire, libres para pasear y fotografiar todo lo que nos dio la gana. Al final, los hice esperar a todos un buen rato a la sombra, hasta que terminé de “darme el gustazo” con la cámara de fotos.


La siguiente y última parada de esa mañana, el Templo de Karnak.
Karnak, es un enorme recinto, lleno de amplísismas e interminables salas y patios, enormes columnas y estatuas, y un grandísimo lago sagrado.


Por lo visto, yació durante más de 1000 años enterrado bajo las arenas del desierto, hasta que en el siglo pasado comenzaron las obras de excavación, que aún hoy en día, no han concluido.

 




Al igual que en el de Luxor, la entrada está precedida por una avenida de esfinges, pero con la particularidad que aquí, las cabezas de los felinos, no están representadas con formas humanas, sino de carneros, otra forma de divinidad de la cultura egipcia antigua.

Aquí, a media mañana el calor apretó muchísimo.

 Con Mari al 50% después de la “pájara” sufrida hacía sólo unas horas, nos dedicamos a pasear tranquilamente, buscando sombras continuamente entre las columnatas de la sala hipóstila para refugiarnos del sol. Es magnífica.




Otra de las cosas que más nos gustaron de éste templo, es el enorme Coloso de Ramsés II, que está representado acompañado de una estatua de una de sus hijas.



  
Junto a la escultura del escarabajo, que precede al gran solar que fue en la antigüedad el gran lago sagrado, conocimos a unos españoles de otro grupo, a los que saludamos desde aquí. Un chico de León, policía nacional, creo recordar que nos comentó, y su primo de Zamora. Con ellos, cada vez que nos los tropezábamos por ahí, cosa que solía suceder cada par de días, entablábamos entretenidas conversaciones acerca de las impresiones personales del viaje.

Después de sacarnos las fotografías de rigor y ya concluido el periplo matutino de templos y demás cosas impresionantes con las que deleitamos nuestro afán explorador el mundo, nos retornamos al barco.



Allí, “planchados” por el calor, después de un buen almuerzo, nos dimos la siesta más reparadora que se pueda uno imaginar, al refugio del aire acondicionado de nuestra habitación.

También tengo que avisar, que antes de la siesta, el dueño de estas letras, dio por concluido su experimento con las barbas.
 En cualquier otro lugar del mundo la hubiese mantenido un poco más de tiempo, pero aquí, se hizo imposible aguantarla debido a la mezcla de calor y el sudor.
 A partir de ahora, por las fotos, no es que Mari haya continuado el viaje con otro tío igual de feo que yo, no. Soy yo mismo, pero con una "pinta" un poco más decente.


Ya en plena siesta, notamos que el buque comenzó por primera vez desde que nos alojamos en él, la navegación.

Desde que descansamos lo suficiente y desde que el calor aflojó un mínimo, a media tarde, nos subimos a la cubierta, para contemplar el imponente paisaje de las orillas del Río Nilo.

Un gran contraste de colores, pasando por el cielo turbio del polvo en suspensión, el amarillo de la arena del desierto detrás del verde palmeral, repleto de dátiles amarillentos, todo ello rematados por el agua, de color azul oscura, salpicada, intermitentemente por blancas garzas, dan como resultado un conjunto único para el espectador.


Ciertamente, es un paisaje singular, pero al mismo tiempo nos es muy familiar, como si ya hubiésemos estado allí. Puede que sea por que cuando nos imaginamos la belleza de un paraje paradisiaco, nuestra mente imagine algo parecido a aquello.





Eso, o es como dice mi pragmática compañera de viajes. A lo mejor, es solamente que hemos visto esos paisajes tantas veces en los documentales de la televisión…



Mientras el barco surcaba las aguas y nosotros aprovechábamos la pequeña piscina de la cubierta para refrescarnos de rato en rato, o simplemente para dormitar en las tumbonas, buscando energías con las que reactivarnos y poder seguir observando las orillas, inolvidables imágenes se nos iban revelando ante nuestros ojos.
 


Por aquí o por allá, iban apareciendo pequeños poblados llenos de gentes, sobre todo niños, que nos vitoreaban, silbando y saludándonos a gritos.






Escenas de los lugareños cultivando sus tierras unos, pescando en sus pequeños botes otros.
Más buques de turistas semivacíos de clientes que nos seguían o adelantaban.
 De cuando en cuando más niños en las orillas bañándose en compañía de amigos o de  alguna vaca. Burros pastando al lado de los dueños, que descansaban tumbados sobre el césped o la directamente sobre la arena…Realmente espectacular y conmovedor ese escenario que se repetiría día a día, cada vez que nuestra embarcación emprendía navegación.

También desde la cubierta, esa tarde en concreto, pudimos ser testigos de lo intrépidos que pueden llegar a ser los egipcios con tal de vender.


Ya Mari me lo había narrado como una anécdota de primera, la otra vez que estuvo por esos lares, pero verlos en directo, fue una auténtica pasada.
Con sus “chalanitas” de madera y a remo, nuestros amigos, se lanzan de tal manera, cual kamikazes, contra los barcos de turistas. Parece que en cualquier momento les vamos a pasar por encima. Da hasta miedo verlos. Pero en el instante preciso, lanzan cuerdas y quedan a remolque del buque. Hay un momento crítico, en el que se tensa la cuerda y se arrastra de un golpe a la pequeña embarcación, pero nada.


En un segundo, los ocupantes, de la barquilla, ya están de pie llamando a gritos a los turistas y mostrando chilabas, pañuelos manteles etc.
Lo más impresionante, es que cuando te regatean los precios, recordar que estamos en la cubierta superior, a unos cuatro o cinco pisos de altura con respecto a ellos, son capaces de lanzarte con total precisión las cosas que venden, directamente a tus manos. Si no te antas listo, te dan de lleno en las narices.



Es un método muy original y divertido, que nos hizo reír un buen rato con ellos esa tarde, bien fuera interactuando directamente con ellos, o viendo como regateaban los precios y vendían a los demás compañeros turistas, tanto de nuestro barco como los vecinos.
Igualmente impresionante es, verlos como hablan de bien en nuestro idioma y como con total rapidez, cambian al idioma del barco contiguo. Inglés, alemán, italiano… No hay lengua extranjera que se les resista.

Esa noche, el barco fondeó en las proximidades de Edfu.
Allí pasaríamos la noche, para temprano, en la mañana siguiente, salir a hacer la visita programada a otro famosísimo templo egipcio.
Pudimos empezar a comprobar de primera mano  allí, una de las cosas más bonitas que ofrece el valle del Nilo río adentro, sus memorables puestas de sol.


La excursión prevista para la siguiente mañana, fue la del templo de Horus en Edfu, ciudad a mitad de camino, entre las de Luxor y Asuán.   
Al bajar del barco, nos aguardaban varias calesas para trasladarnos hacia el templo. Ya nos habían prevenido de que los conductores de las carretas se iban a poner muy pesados pidiendo propinas, ya fuese para ellos o para darle de comer a los caballos o para que llevases las riendas… y doy fe de que, por lo menos el muchacho que nos tocó como carretero, lo fue.
Nuestro joven amigo portugués sí que les dio algo de dinero, pero nosotros no, porque la verdad es que detectamos algún insultito y comentario despectivo, entre el carretero y sus colegas hacia nosotros los turistas.


Llegado este punto, tengo que confesar el que a pesar de que yo no hablo árabe, sí que pillo algunas palabras.
Mi padre, habla algo de ese idioma, ya que en su juventud vivió algunos años en Marruecos, y algunas palabras me ha enseñado. 
Recuerdo que cuando saludaba, me despedía o simplemente contestaba a alguna cosita en su idioma, no me esperaba que me entendiesen, pero por lo visto sí, y parece que no muy mal.
Me viene a la memoria el guía de El Cairo, Mustafa, que mientras caminábamos por las callejuelas del barrio Copto, me iba preguntando que dónde había aprendido su idioma. Solo se tres palabritas le contesté, y comencé a soltarle tal retahíla de insultos en propia su lengua, que le provocaron sonoras carcajadas. 

El hecho de no dar ninguna propina al muchacho, cuando nos devolvió al barco, provocó sus malos gestos y miradas, acompañadas de comentarios en su idioma no muy bien sonantes que digamos. Lo sentimos muchísimo, no se la ganó.

Justo a la entrada del templo de Horus, hay un batiburrillo de tiendas, por las que te hacen desfilar, tanto al entrar como al salir, con el consiguiente agobio de sus vendedores. Una vez dentro, ya desaparecen.


  El pilono, principal, de unos 36 metros de altura, es impresionante, tanto por su tamaño, como por las impresionantes y bien conservadas decoraciones, con representaciones que retratan a Ptolomeo XII.



Según se cruza el pilono central, se pasa a un patio interior, donde hay dos bonitas y sobrias estatuas del dios Horus, construidas en granito negro.


Detrás del patio, la sala hipóstila, con enormes columnas repletas de grabados y como particularidad, con el techo muy bien conservado.


En el interior de la sala, hay más cámaras pequeñas, decoradas con excelentes relieves en sus paredes, que eran usadas por los sacerdotes para guardar las ofrendas a los dioses.



Según la historia, el templo de Horus, permaneció enterrado bajo las arenas del desierto casi 2000 años y es por eso que es el más grande y mejor conservado de los templos de su época, la Ptolemaica.
 
A la salida del templo, nos esperaban nuevamente, los ávidos vendedores egipcios, a lo largo del corredor lleno de tiendas y puestillos.
Nos escapamos de ellos como pudimos, con algún insultillo y el “tú catalán” típico para el que no compra.

Cuando nos subimos a la calesa para regresar, un niño se subió con nosotros. Estaba persiguiendo a Mari. Le puso sobre el muslo cinco collares de su artesanía. -Una lira por cada uno-, le gritó. Mari le dio un billete de 10 Liras. El chico salió disparado con él. Se nos perdió de vista en el tumulto de vendedores que estaban vociferando mientras perseguían a los pocos turistas. No le dimos mayor importancia. Pero cuando emprendíamos la marcha para volver al barco, de repente, el chico vuelve a saltar a la calesa con un billete de 5 liras en la mano, obviamente para devolver el cambio. María José, se lo dejó como premio por su honradez. El chico soltó un altísimo ¡Gracias! Dio un brinco y despareció.
Este acto de generosidad de Mari, no pasó desapercibido para el conductor de la carreta, que de inmediato, comenzó a hacerle la pelota a Mari. Lo que sucedió es que no nos habíamos olvidado de su anterior actitud y se quedó sin propina, que de todos modos ya la tenía pactada con nuestro guía. Nosotros, nos quedamos con sus maldiciones, eso sí. A éstas alturas ya nos hacían más gracia que otra cosa, y hasta aprendimos a reírnos de ello cuando nos increpaban, pues como comenté anteriormente, es imposible tener un Euro para todo el que te lo pide aquí, que son casi todos.

Una vez a bordo, reemprendimos la navegación por el río Nilo, con destino a la ciudad agrícola de Kom Ombo.

Durante la travesía, nos volvimos a sumergir en los fantásticos paisajes que ofrecen las orillas del Nilo. A pesar del sofocante calor, valió la pena hacer la digestión en la cubierta superior del barco, sumergiéndonos cada poco en la piscina para hacerlo llevadero y poder así recompensar la vista.

Volvieron a aparecer los ruidosos y alegres niños, que se acercaban todo lo que podían al barco, nadando con artilugios flotantes de lo más ingenioso.
Utilizaban latas plásticas de acetite de coche o similar, pequeños bidoncitos plásticos atados alrededor de la cintura con una pequeña cuerda, a modo de boya o flotador.




A pesar del escándalo y el alegre alboroto que provocaban los chiquillos cuando nos veían pasar, los pueblos que se divisaban desde nuestro mirador “de ricachones”, emanaban tal paz y tranquilidad, que una vez más, cuando estas de viaje y por fin “desconectas” de tu vida y stress, te hacen reflexionar acerca de nuestro modo de vida.
Piensas en los pros, en los contras y haces propósito de enmienda para intentar “relajar” las cosas que son dañinas para nuestra salud diaria.
 Después pasa lo que pasa, y una vez en casa, vuelves a la rutina y a los problemas de siempre. Es inevitable, estamos programados inventarnos sufrimientos por cualquier trivialidad.

A media tarde arribamos a la pequeña ciudad.
El Templo de Kom Ombo está en ruina total, pero aún así, resulta imponente ya que está situado justo a la orilla del río. Lo podíamos divisar directamente desde la cubierta del barco, y ofrecía un paisaje espectacular.


Aquí te bajabas del barco y caminabas hasta el templo, y como sucede en todos los lugares, el pequeño paseo de unos minutos, se convierte en una pequeña encerrona de todo tipo de vendedores de “chatarrita”.

En el templo de Kom Ombo, encontramos una cantidad un poco más numerosa de turistas de lo normal, comparado con el resto del viaje.


Pero tampoco es que fuese un agobio ni nada parecido.
 Esto seguramente se debió a que todas las excursiones intentaban llegar para la puesta del sol, que le conferían un colorido fantástico a estas ruinas.




Este templo está divido en dos partes simétricas, cada una con su puerta, su sala y su santuario, para dar culto en cada parte a una divinidad distinta, por un lado al dios halcón Haroris y por la otra, al dios Sobek, con cabeza de cocodrilo.



Desde la entrada, las dos puestas conducen a la sala hipóstila, con escenas tanto en bajo como en alto relieve, de Haroris en un lado y Sobek en el otro.


Algunas representaciones y escenas curiosas, como de las Cleopatras. Aquí descubrimos algo que no sabíamos, que la famosa, era la número VII.



Otras curiosidades de éste templo, es que se han encontrado en él muchas momias de cocodrilos y que tiene un “nilómetro”, una interesante construcción que la que podían medir la altura de las aguas del río Nilo.

Un buen rato de charla con nuestros amigos, los primos españoles de León, que aquí nos los volvimos a encontrar y antes de la vuelta al barco, la anécdota del lugar. Filmando con la videocámara el pilono de la entrada, se cruza por delante del objetivo un policía local. De los que van vestidos todos de blanco y llevan una metralleta colgada en el hombro. El tío, no sé porqué, se sintió Robert Reford y se mosquea conmigo porque según él, lo estaba gravando. Le contesté un poquillo de malos modos, no mucho por aquello de la metralleta, que él era muy feo para eso, que yo estaba grabando a mi mujer en la puerta del templo.
No le debió gustar mucho que lo vacilara llamándolo feo, porque cada vez que me lo cruzaba en el templo, las miraditas que me daba eran como diciendo: ¡te pillo y te acribillo! Sonrisita cada vez que lo pillaba mirándome y eso más lo enfurecía…
Nuevo vistacito en la cubierta del barco para grabarlo bien todo en la memoria y al mismo tiempo, disfrutamos otra vez, de unas de las mejores puestas de sol que podemos recordar.
Para esa noche, después de la cena, los operarios del barco, nos tenían preparada la típica “fiesta de la chilaba” que hacen en todos los cruceros del río Nilo.
La fiesta sufrió un pequeño retraso. Justo al terminar de cenar, Joaquim, nuestro amigo portugués, nos llamó a todos para que subiéramos a la cubierta-terraza con las cámaras, pues se estaba produciendo un eclipse lunar, del que no nos habíamos enterado hasta ese momento.

Por mucho que intenté sacar una buena instantánea del acontecimiento, entre que el barco se estaba desplazando y cabeceaba ligeramente mientras surcaba las aguas, me fue imposible, así que después de contemplar un buen rato el  acontecimiento lunar, pintado con preciosas tonalidades rojizas por efecto de la calima, nos volvimos a la sala.



A pesar de que éramos “cuatro gatos”, lo pasamos francamente bien, ya que la predisposición de todo el mundo para pasar un buen rato, fue total.



La fiesta en sí, no consiste sino en disfrazarse con las chilabas que todo el mundo había ido comprando por doquier y participar en unos jueguitos muy divertidos preparados por la animación.

Con todo, nos tuvimos que ir a la cama no muy tarde, pues a las 3:00 am tocaba levantarse, para hacer una de las excursiones estrellas del crucero.

Al volver a nuestras habitaciones, nos encontramos con una sorpresita de parte de la tripulación. Unas “momias de toallas”, colocadas estratégicamente detrás de la puerta. Algún susto que otro provocaron, y por supuesto, las carcajadas de los que ya lo sabíamos y estábamos esperando las reacciones de los demás al toparse con ellas, como unos “zorritos”.


A las 3:45 am nos levantamos de la cama destrozados por el sueño. Rápidamente nos metieron en el bus, con un picnic para el desayuno en manos de cada uno, y sin más demora, emprendimos trayecto hacia un punto en el que los demás buses se reunieron para ir en convoy hacia uno de los lugares más famosos y mundialmente conocidos de Egipto.
Estamos hablando de Abu Simbel.

 En el bus, nos colaron a dos parejas pertenecientes a otro barco, supongo que para ahorrar gastos. Supongo que eran argentinos por el acento.

Al principio iban, como se suele decir, “a su rollo”, pero a la vuelta, se pasaron de un poco de listillos y provocaron las iras de nuestros compañeros, como relataremos un poquito más adelante.

La travesía por el desierto en el autobús, se hizo pesadísima, demasiado quizás, y cuando llegamos al destino, estábamos muertos.
A la entrada del recinto, hay unas habitaciones donde proyectan unos vídeos ilustrativos de cómo la Unesco en los años sesenta, cortó en pedazos y desplazó los templos, desde las orillas, donde se estaban sumergiendo debido a las crecidas de las aguas del lago artificial Nasser, y los trasladó 210 metros más atrás, en una posición 65 metros más elevada de su emplazamiento de origen.
 Siguiendo un pequeño sendero a pié, llegamos a los sobrecogedores templos de Abu Simbel y de Hathor, dedicados a Ramsés II y a su esposa favorita Nefertari, respectivamente.

Los cuatro impresionantes Colosos de Ramsés II, son una de las imágenes con las que soñamos todos desde niños, evocándonos misterios y aventuras. Es por tanto, muy especial el sentimiento que te invade cuando estas frente a ellos.

Todo el lugar escénico tiene un encanto muy especial. La terraza donde se hallan los templos, con las cristalinas aguas azules del lago Nasser, a donde miran las estatuas y colosos de Ramsés II y las de Nefertari, son sin lugar a dudas, una de las mejores maravillas del mundo antiguo construidas por el ser humano.
Para, salir de allí, habíamos quedado a una hora determinada en la sala de proyecciones, pero las dos parejas agregadas no aparecieron.
Los esperamos por más de una hora, mientras nuestro guía se desesperaba en llamar por teléfono a todo el mundo para ver si los localizaban.
El hombre, apurado, nos explicaba que si no salíamos a nuestra hora habría que pagar un convoy especial, ya que sin él, está prohibido circular por el desierto, en interés de la seguridad e integridad del turista.
No sé porque, pero Mari y yo ya nos imaginábamos lo que había pasado.
Hacía un calor tremendo en el lugar, y éstos dos matrimonios, creyéndose más inteligentes que ninguno, buscaron al conductor del autobús, y lo embaucaron para que les dejaran subir a él y esperar al fresquito del aire acondicionado. El fallo de su plan, es que no avisaron a nadie, y el autobús, no estaba cerca del recinto, ni mucho menos.
Cuando retornamos el resto al autobús, dejando al guía buscándolos como un loco por todo el recinto templario, el chico más joven del grupo les recriminó su acción y como suele suceder con éste tipo de gente, encima, se pusieron a discutir en tono muy borde y soberbio, sobre todo la mujer de uno de ellos, diciendo que a ellos nadie les había dicho nada de la hora y el sitio indicados.

Evidentemente, era mentira, y el resto de los integrantes del grupo así se lo indicaron. El marido de ésta chica, intentó elevar un poco más si cabe el tono de chulería y prepotencia, pero rápidamente metió el rabito entre las piernas, pues los demás, casi se lo comen.
Nosotros, estábamos indignados como el resto de nuestro grupo por esa actitud, pero no intervenimos en la discusión, ya qye lo resolvieron todo ellos solitos.

Una vez devueltos al barco, previa nueva tortura de guagua, aunque con mejor humor, por la maravilla que acabábamos de ver, nos dedicamos a descansar del madrugón, para por la tarde salir nuevamente de excursión.
Ese mediodía, lo pasamos en “coma”. Lo único que hicimos fue dormir la siesta hasta que nos levantaron, para ir a ver el obelisco inacabado.
Una pequeña travesía en un microbús y llegamos al recinto donde se halla.
No hay más que un pequeño y cutre edificio, por donde te hacen pasar por un detector y entras a un senderito de piedras y tablones, que discurre por un terrajero acordonado, hasta que en una pequeña cima se puede ver en la roca, un obelisco fue  comenzado a tallar en la roca.
El obelisco, está quebrado por la mitad. Según las explicaciones que nos dieron, seguramente es por eso que lo dejaron allí, a medio terminar.
Las explicaciones que nos dieron de cómo los antiguos egipcios extraían de la roca los enormes monolitos eran muy curiosas, sobre todo porque uno no se imagina nunca, que usaran la madera de un árbol para tal fin, o que previeran las crecidas del río Nilo para terminarlos y poder embarcarlos.

Por lo visto, se hacían unos agujeros estratégicos en la piedra, y se metían en ellos unas cuñas de esa madera a las que les añadían agua. La madera, al hincharse dentro de los agujeros, quebraba la piedra.
Poco más, duró esa visita, pues el atormentador calor que hacía esa tarde, nos obligó a buscar refugio rapidísimo.

A la salida, más tienditas de los mismos productos locales, y ante la insistencia de uno de los chicos que allí se buscaban la vida, Mari decidió “remangarse” y ponerse a regatear. Se las tuvo tiesas con el vendedor, al que le sacó camisetas para todos nuestros sobrinos por un precio de risa. Para ello, se tuvo que librar primero de mí, mandándome a la salida del local a que no la molestara, pues tengo que reconocer, que yo no tengo la “cara” de Mari para el regateo y además, se me nota mucho lo mal negociante que soy.
Ella, es implacable, y solo cede cuando se da cuenta de que lo que está regateando, para nosotros es realmente muy poco dinero.

Hicimos esperar un poco a los compañeros, pero éstos, de muy buen rollo, aceptaron nuestras disculpas como si nada. Es más, las mujeres enseguida le preguntaron a Mari por cuánto había conseguido su botín, y se enzarzaron en un diálogo de risa, por ver quién había conseguido esto o aquello más barato que la otra. Fue muy gracioso ver la cara de todos los maridos observando el alboroto y las carcajadas que ellas tenían montado.
El guía, muy pícaro, quizás viendo la situación, nos hizo una paradita no prevista en una tienda de ropa, seguro que buscando alguna comisión.
Pero, los precios eran absolutamente para guiris, por lo que creo que bien poco consiguió.
Antes de esa “paradita” fuera de lo programado a la tienda de ropa, nos llevaron a ver la llamada Alta Presa de Asuán.
No mucho que comentar de ella, salvo que es muy grande y que se supone que a un lado de ella hay cocodrilos del Nilo y al otro no, porque no pueden sortearla.
Según las guías de viaje y las explicaciones del guía, a pesar del innegable beneficio para las reservas de agua del país, por culpa de éste embalse, a partir de aquí, el río Nilo ha perdido su preciado limo, tan beneficioso para la agricultura y es por eso que para fertilizar los campos, ahora se utilizan productos de abono químicos, nada beneficiosos para el ser humano.
Panorámica del Nilo desde la Alta Presa de Asuán.
Esa sería la última noche que nuestro grupo pasaría junto. Así pues, lo dedicamos a charlar ampliamente con cada pareja, intercambiarnos correos, direcciones, teléfonos, etc. Esperamos sinceramente volver a saber de muchos de ellos, pues realmente nos lo hicieron pasar “super”.

Para por la mañana temprano, habíamos organizado una excursión, la última, que nos dejó uno de los más gratos recuerdos.

Cuando la contratamos, sabíamos que iba a ser la típica excursioncita para “guiris”, y no nos equivocamos, pero respiramos un muy buen ambiente con los compañeros del grupo, e incluso con la gente del poblado o asentamiento Nubio que fuimos a visitar.

Embarcamos temprano en una barcaza y navegamos por el Nilo en dirección al poblado.
Por el camino, nos tropezamos con varias imágenes divertidas protagonizadas por los niños, que se acercaban a nuestra barcaza en singulares artefactos flotantes.





Dos de ellos, consiguieron aproximarse y agarrarse con sus manitas a nuestra embarcación. Venían a bordo de una “chalanita” que hacía aguas.
Mientras achicaban el agua con un botecito que movían velozmente con la manita que tenían libre, nos dedicaron una original versión de “La Macarena”.
 Se ganaron unas pocas moneditas por un momento bonito, pero quizás un poco triste por la visión de su pobreza.

Son imágenes que se te graban “a fuego” en el corazón, y uno solo puede desear un futuro mejor para esos entrañables niños que te vas tropezando en cada rincón del mundo que vas conociendo.


Después de un buen rato, no tanto de tiempo, sino de “llenado de alma” con la contemplación de esos maravillosos paisajes que ofrece el Nilo y sus orillas, con estampas de la tranquila vida cotidiana, tanto de los pueblos, como de los animales de granja o autóctonos, que se mueven con la misma tranquilidad que sus vecinos humanos, y los paisajes de arenas del desierto pintadas de amarillo intenso por el sol de la mañana en contraste con el verde oscuro de la vegetación más próxima al agua, llegamos a la playa del pueblo Nubio.
Para acceder a ella, pasamos por unas aguas un poquito arremolinadas. El guía nos explicó que se supone que esa zona, era una de las cataratas del Nilo, antes de la elevación de las aguas por la construcción de la Alta Presa de Asuán.

Desde el barco, divisamos que la playa estaba llena de camellos con sus dueños esperándonos. Nos iban a dar un paseíto en ellos, de unos diez minutitos de duración, en sentido al grupo de casas que conforman el pueblito.

La amarillísima arena de la playa, estaba completamente salpicada de negro por los excrementos de los camellos y su “aroma”,

elemento éste que le resta muchísimo de su valor al sitio. Es imposible sortearlos y no pisarlos, por lo que no se puede caminar descalzo en donde lo que apetece es que la arena se te entierre hasta los tobillos.

El paseo en los camellos, que nos hace gracia siempre que lo hacemos, ya que tenemos aquí, en las islas unos buenos cuantos sitios para hacerlo y nunca nos da por eso, y en unos cuantos viajes que hemos hecho, siempre es una de las actividades. Supongo que es como el que vive en una playa y nunca la usa.

El breve recorrido desde la a pesar que es bonita, “caca de camello con playa” hasta las casas, estuvo aderezado por un grupito de niñas que nos perseguían para vendernos sus muñequitas artesanas. Cual “Rey Mago” les lancé caramelos sin mucha puntería por mi parte, debido al movimiento del animal, pero eso no era inconveniente para una de ellas, que se lanzaba por la ladera de arena como una posesa detrás de ellos, mientras me sonreía y me gritaba: “¡Preciosos caramelos, señor!”.
Con su encantadora sonrisa, Alba, que así nos dijo que se llamaba, se ganó a María José y cuando nos bajamos de los camellos, a petición de la niña además, fue cliente suya en exclusiva. Para ello tuvimos que darles un poco de “espantón” a las mujeres más mayores, pues no respetaban a la niña e intentaban echarla para que fuese a ellas a quien Mari comprara. Fue muy divertido ver a Mari decirles en tono enfadado a esas señoras “¡YO SOLO COMPRO A ALBA!”, y la niña, con una amplia y hermosa sonrisa les añadía “¡ESO, SOLO A ALBA!”.


 Después del pequeño ajetreo que provocó en el pueblo nuestra llegada, la de los escasos turistas de este año, por lo menos hasta el momento, nos dirigimos a una casa del pueblo, donde en su patio, una señora con sus dos hijos nos esperaba para ofrecernos unos tés.
En el patio, tienen unos cocodrilos del Nilo, hacinados en unos minúsculos habitáculos de ladrillo y azulejos, que a los amantes de la naturaleza hacen que nos hierva la sangre. Mari cree, que seguramente se trata de los mismos animales que ella sostuvo en sus manos cuando solo eran crías de pocos centímetros de longitud la anterior ocasión que pasó por allí, solo que ahora, ya miden más de un metro.


En el refugio del patio al sofocante calor que ya hacía a esa temprana hora matutina, el guía nos empezó a dar la charla sobre la cultura y costumbres de la peculiar raza Nubia. Gentes de tez muy morena, casi negra, pero con facciones de raza blanca, que fueron desplazados de sus lugares de origen por culpa de la construcción de la presa. Actualmente hay varios asentamientos en la península del Sinaí, al otro lado del Mar Rojo, y éste.


Mientras el guía daba sus pertinentes explicaciones, casi nadie le hacía mucho caso, pues de cuando en cuando un pillastre de un añito y medio, salía de la casa a dar con nosotros en busca de juego. Se le veían las avispadas maneras ya a esa temprana edad hacia los turistas.





El “peque” de la casa y su hermana mayor, hicieron las delicias de esa mañana, donde no se respiraba otro ambiente que no fuese sosiego y tranquilidad.
Por eso, casi nadie reparó en el comentario del guía al hablar de la problemática que tienen en ese pueblo con la falta de hombres. Por costumbres, las mujeres nubias, sólo pueden contraer matrimonio con hombres nubios. Pero a los hombres nubios sí que les está permitido casarse con una extranjera y “mandarse a mudar”. ¡AHHH! ¿Qué listos no? Fue lo que se le escapó a Mari en alta voz, lo que provocó mis disimuladas risitas cuando vi su cara de indignación con la historia…
Después de un rato fantástico en ese patio, y de fisgonear un poco desde la azotea de la casa, donde pudimos comprobar que a pesar de la pobreza, no faltan antenas parabólicas de todos los tamaños (¡Qué sería del mundo sin el futbol!), nos retornamos a la barquilla para retornarnos al buque donde íbamos a finalizar hoy nuestro crucero por el Nilo. No sin antes despedirnos de la familia que de tan buen talante nos abrió su casa, dejando que la señora de la casa nos hiciese unos “tatuajillos” de gena y tomándonos un poco de su té, como excusa para dejarles unos pocos “euretes” como manera de expresarles nuestra más sincera gratitud.


Antes de zarpar, recibimos por parte de una señora que nos abordó al embarcar, la ya para nosotros a estas alturas la tan antipática “bendición” de “¡TÚ CATALÁN!”, tanto por su exagerado tono de desprecio, como por la cara de asco que nos ponía mientras expresó su disconformidad, simplemente porque no nos diese la gana comprar más chatarra de la que a estas alturas podíamos cargar.


Antes de llegar de nuevo al buque, pudimos “saborear” nuevamente y por última vez, los colores, olores y sonidos del paisaje del Nilo.
Pasamos al lado del emblemático hotel “Old Caratact”, donde Agatha Christie escribió una de sus más famosas novelas, Muerte en el Nilo y pudimos contemplar la imagen típica de la navegación por el río de las embarcaciones autóctonas, las falucas.

Al llegar al barco, el guía, intentó ganarse algún puntito extra con alguna "mentirijilla" del tipo de que nos dejaban ducharnos antes de abandonar la nave gracias a que él era amigo del capitán y cosas así.


A pesar de que ya sabíamos de antemano que eso no era así, sino que era “lo que tocaba” al comprar el paquete, no dijimos nada, en parte porque nos dedicamos a repartir la “propinilla” entre los trabajadores del barco, ya que a él le tocaba gran parte de la abultada propina obligatoria que nos hicieron pagar al contratar el crucero en El Cairo.

Creo, por lo que pudimos adivinar de sus comentarios, parece que el resto de nuestros acompañantes pensó y actuó de forma similar, pues a ellos les tocó “soltar” esa “propina obligatoria” allí, no como nosotros, que lo hicimos por adelantado.

Ya en el avión que nos retornó a El Cairo a mediodía, caímos en la cuenta de algo que habíamos estado escuchando al inicio de cada vuelo de la compañía Egyptair, pero a lo que no dimos mayor relevancia. Baja la pantallita donde normalmente ponen el vídeo explicativo concerniente a la seguridad del avión, con la imagen de una mezquita de fondo, mientras comienza una narración en idioma árabe, al tiempo que se subtitula en caracteres de la misma lengua. Es una oración.
A mí personalmente me da lo mismo. Que recen por mí para que ningún infortunio me alcance, en cualquier idioma y religión es algo que ni me va ni me viene, puede incluso, que hasta lo agradezca… pero… no sé porque me da en la nariz, que esa misma gente que practica esas costumbres, no son tan permisivos ni tolerantes a la hora de verse en la contraria situación. Es solo una opinión mía, igual estoy equivocado ya que no me considero infalible.
Torre de El Cairo.

Nada más llegar al aeropuerto de El Cairo, vimos nuevamente a Omar, que nos esperaba. De entrada saludó a Mari y se quedó un poco “mosca” mirándome, pues pareció no reconocerme, me dijo que era cosa de la desaparecida barba de mi cara.
Omar, se puso un poco pesado, ofreciéndonos cosas que hacer esa tarde, antes de ir los tres a cenar para despedirnos. Nos ofreció por ejemplo, asistir a un espectáculo de luces en las Pirámides de Giza. Nos pareció algo, demasiado “guirufo”.
Nosotros ya teníamos en mente lo que nos apetecía hacer. El recuerdo que conservábamos de las vistas de la Torre Gálata en Turquía, con el sol descendiendo sobre las mezquitas y los cánticos de éstas al atardecer, era algo que en cierto modo, pensábamos que podríamos revivir aquí.
Así, le comunicamos a Omar, que eso es lo que haríamos esa tarde, por lo que no nos harían falta sus servicios. Pero él se emperró en acompañarnos.
Nos convenció para que lo esperáramos un ratito en nuestro hotel y poder venir con nosotros.

Vistas desde nuestro hotel.
 
Después de instalarnos en nuestro hotel de 4 menos 3 estrellas, y reírnos un rato por las vistas que nuestra habitación ofrecía, nos duchamos, descansamos un ratito y salimos con la mala intención de darle “esquinazo” a nuestro amigo, pero éste ya nos estaba esperando en la recepción.

Tomamos un taxi para desplazarnos hasta el centro. Omar se encargó de hablar con el taxista, un señor con chilaba beige, sombrerito típico al igual que la larga y desaliñada barba árabe.
Entre la locura de tráfico, éste señor conducía como si se moviese por el salón de su casa, mientras charlaba amigablemente con Omar, y nosotros dos, en el asiento trasero del coche, lo “flipábamos”. ¡Qué locura de tráfico!
De repente, entramos a una calle que estaba colapsada por tanta cantidad de coches que ninguno se podía ya mover. Así que ni corto ni perezoso, nuestro taxista mete la marcha atrás, y comienza a conducir en reversa esquivando los coches que venían en dirección correcta, hasta alcanzar la avenida principal, donde ya en sentido correcto, nos llevó por otra calle de tráfico más fluido que nos acercaría más a la Torre de El Cairo.
Las sonoras carcajadas que dábamos mientras el taxista efectuaba semejante locura de maniobra para sacarnos del embudo, hizo que éste, le pidiese a Omar que le tradujera y nos preguntara de qué nos estábamos riendo tan acaloradamente. Le pedimos a Omar, que le contestara, que en España ésta maniobra, está más penada que matar a alguien.
Cuando Omar se lo explicó, el señor, asintió y comenzó a reírse con nosotros del mismo modo. Hizo que Omar nos explicase su punto de vista con respecto a ello. Según él, tampoco es que se pueda hacer eso normalmente, pero en los tiempos políticos que se viven actualmente en Egipto, la policía tiene que mirar hacia otro lado, y ellos, los egipcios, actúan anárquicamente, como si siempre fuese “fiesta”.
Por fin llegamos a una cuadra de calles próximas a la torre y el taxista nos pidió lo que marcaba el taxímetro. Una ridiculez. Al pagarle no le cogimos la vuelta, en señal de propina y el hombre se empeñaba en devolvérnosla, hasta que le dijimos a Omar, que le dijera que ese dinero era por lo bien que había cumplido con nosotros, con lo que el señor quedó contento y se despidió con una enorme sonrisa.
Al llegar a la entrada de la torre, comprando la entrada a precio exagerado para “guiris”, 70 Dinares por cabeza (20 para egipcios) nos pusimos en la cola para entrar. Omar se negó a subir con nosotros y quedó en esperarnos por allí.

La espera para entrar, se empezó a demorar más y más, lo que me fue empezando a poner de mal humor. Tampoco es que fuésemos tantos para entrar. Encima de cuando en cuando iban llegando “amiguitos” de los guardas y los iban colando sin disimulo alguno delante de tus narices.
Tuvimos más de una hora y media, hasta que entramos, para observar bien a las personas que estaban con nosotros en cola para acceder a la torre. 
Eran turistas egipcios todos, ningún extranjero, excepto nosotros dos. Algunas parejitas jóvenes en las que ellas se vestían con indumentaria occidental, pero con mallas color carne o negro debajo de los tops, y el sempiterno pañuelo en la cabeza.

Con tanta espera, llegamos arriba, al mirador de la torre, sin nada de sol. Si la vista es tan bonita como la de Turquía al anochecer, y si se produce el mágico efecto de las mezquitas cantando al mismo tiempo, es algo que no podremos saberlo, pues si algún día volvemos, no pensamos repetir experiencia.
El hecho de tardar tanto en subir, es porque solo hay un ascensor, tanto para subir, como para bajar. De hecho, para poder bajar, tardamos más incluso que para subir. Un verdadero atraso.
Por lo menos, la vista desde el mirador de la torre, de noche, no está nada mal. Es justo como lo vimos en nuestro programa televisivo favorito y hemos vuelto a ver en otros, tipo Callejeros Viajeros y ese estilo de programas. Por ese lado, sí que valió la pena.
 La anécdota aquí, fue la bronca que se montó en el mirador entre un joven acompañado con su novia y otro “pavo”, que de entrada, pensábamos que se habría propasado con la chica o algo así, pero que después, resultó ser uno de los vigilantes de la torre.
En las casi dos horas que tardamos, entre la cola de las pequeñas escaleras y el único ascensor de la torre, pudimos oír los exagerados gritos que le propinaron los vigilantes al chico en la habitación a donde lo condujeron. Sentimos sensación de un “mal rollo” tremendo.
En la cola, entablamos algo de conversación con los turistas egipcios que allí andaban, de “sábado tarde con la familia”, y por lo que nos contaron y por la actitud un tanto “repelente” de sus niños, que ni caramelos te aceptaban, más bien ponían cara de asco al verlos, pudimos constatar la diferencia tan exagerada de clases sociales que hay entre los paisanos de ese país. Sin duda allí había gente de mucho dinero.
Por lo que nos explicó Omar en una de nuestras conversaciones, más del 60% de la población egipcia vive en la pobreza, el 10% va para la “clase media”, mientras que un poco más del 20% se reparte casi todas las riquezas.
Desgraciadamente, espero equivocarme, pero últimamente el mundo en general parece que quiere dirigirse a esa misma proporción, y por lo que hemos podido sentir en nuestros viajes, no parece que sea la mejor de las proporciones para que todos podamos disfrutar de una vida más o menos bien.

Por fin, al salir por la puerta, nos continuaba esperando Omar, con cara de aburrido y cansado, y le hice la “gracieta”. Levanté los brazos y le grité “Ahjám du di Lá!”, traducido a algo así como “¡Gracias a Dios!”, lo que provocó sonoras carcajadas de la gente allí presente.
 Nos dirigimos hacia el eterno atasco de coches que es el tráfico de El Cairo, donde tomamos otro taxi, con un señor con bigote esta vez. El hombre, que parecía un poco más occidentalizado que el anterior, nos condujo a donde le indicó Omar, un restaurante cercano a nuestro hotel. Éste inexpresivo, aunque no por ello no amable conductor, se marcó unas cuantas maniobras de adelantamientos, evasión y esquiva de obstáculos en las rotondas, que ríete tú del “Fernando Alonso” y su Ferrari.
El restaurante donde cenamos, era bonito y moderno. Cuando llegamos, viendo la calle en la que se encuentra la calle donde estaba ubicado, era impensable algo así.
Pasamos una grata velada charlando de variados temas con Omar, que de regreso al hotel se ganó una buena propina por su disposición y amabilidad durante todo el viaje.
Nos despedimos de él, pero nuevamente, a la mañana del día siguiente, después que nos recogió en el Hotel y nos traslado al aeropuerto nuestro conductor “casi particular” Al Falatt, que nos hizo alguna paradita técnica por el camino, intentando comunicarse con nosotros para enseñarnos cositas, y después de despedirnos muy afectuosamente de él, lo volveríamos a ver en el aeropuerto.
Fue muy gracioso cuando le preguntamos donde podríamos cambiar el resto del dinero que nos quedaba en Dinares, y él mismo, saco de su cartera, una bolsita llena de Euros para hacernos el intercambio de divisas.
Al final tenía razón, no necesitamos más de los 100€ que cambiamos al llegar, pues aquí les da exactamente igual que pagues en Euros, Dólares, o como dicen muchos de los vendedores ambulantes, puedes pagar hasta con moneda falsa, ya se buscan ellos la manera de cambiarla.


mañana más, continua...